La Carretera
Austral.
Un mítico objeto
de deseo para aventureros
Decidimos recorrerla, pero a la inversa. De sur a norte, una forma muy común de realizarla por los viajeros chilenos y que cumpliría con creces las expectativas que nos habíamos marcado. Y de paso acercarnos a la bella isla de Tierra de Fuego y conocer la estupenda ciudad de Ushuaia, a la que los argentinos denominan “La ciudad más austral del mundo”. Este no es un término exacto, pues la más austral es chilena, se llama Puerto Williams, y se encuentra al otro lado del Canal de Beagle, en la chilena Isla Navarino.
Comenzamos llegando a Buenos Aires y recorriendo la siempre apetecible capital argentina mientras hacíamos tiempo para tomar un avión que nos depositaria en Ushuaia, cosa que ocurrió tras casi cuatro horas de un vuelo perfecto. Allí nos alojamos en un Hostel en los altos de la empinada ciudad. Ya solo tocaba empezar a recorrerla y disfrutar de sus paisajes y, cómo no, de su estupenda gastronomía.
Se encuentra ubicada Ushuaia en la costa sur de la isla de Tierra de Fuego, a orillas del Canal de Beagle y rodeada por la cordillera de los Andes con paisajes impresionantes. Allí, se hace imprescindible visitar el Parque Nacional de Tierra de Fuego, El Museo Marítimo y del Presidio de Ushuaia y la antigua estación ferroviaria del Tren del Fin del Mundo, sin dejar de lado navegar por el Canal de Beagle y si se tercia, acercarse a la cercana Antártida en uno de los diversos cruceros que de allí parten. Entre visita y visita, disfrutamos del magnífico cordero patagónico y los diversos mariscos que se ofrecen por todos los restaurantes de la ciudad. Ushuaia cumpliría con creces las expectativas, que sobre ella, nos habíamos hecho. El viaje comenzaba de forma magnífica.
Para seguir conociendo Tierra de Fuego, nos subimos a un minibús de Transportes Montiel con destino Rio Grande, ciudad a la que llegamos tras 3 horas de recorrido. La belleza de la zona se hacía patente en sus ríos y montañas que nos acompañaron en el primer tramo del viaje, para dar paso seguidamente a las renombradas estepas patagónicas, pobladas por inmensidad de ovejas y vacas en las fincas que se divisaban desde la ventanilla, sin dejar de admirar los rebaños de Guanacos existentes. Tras una breve parada en la ciudad de Tolhuin, rápidamente llegamos a Rio Grande, ciudad sin apenas encanto pero muy poblada, en la que únicamente cabe mencionar su modesta Plaza de Armas y el Monumento a los Héroes de Las Malvinas, ubicado en la costanera. Poco mas daba de si este lugar en el que, por necesidades de enlaces de bus, habíamos de pasar dos días deambulando. Eso sí, a destacar la ingente cantidad de pastelerías y panaderías que pueblan toda la ciudad, y en el que pasan muchas horas sus habitantes, a los cuales nos sumamos gustosos.
Cumplida la espera estipulada, de nuevo al bus, esta vez de la empresa Tecni Austral para adentrarnos ya en Chile y llegar a la gran ciudad de Punta Arenas. Al poco tiempo de salir, tocaba cruce fronterizo que si bien no resulto excesivamente engorroso, si demoro algún tiempo más de lo deseado, con lo cual la llegada al esperado Estrecho de Magallanes también se retrasó y la espera de la barcaza para sortearlo se hizo larga. Y allí estábamos ya, en medio del estrecho de Magallanes, con un mar en calma que nos hizo olvidar las antiguas crónicas sobre la ferocidad de sus aguas y que en poco más de cuarenta minutos nos deposito de nuevo en tierra firme, dejando atrás la isla de Tierra de Fuego. El recorrido que nos restaba en el bus, nos devolvió a la imagen de las inmensas estepas patagónicas pobladas de animales, ranchos y granjas, y así continuo hasta la llegada a Punta Arenas tras 9 horas de recorrido.
Ubicada en el extremo sur de Chile en la rivera del estrecho de Magallanes y en plena península de Brunswick, Punta Arenas es un punto de partida ideal para explorar la Antártida chilena y la región de Magallanes, haciéndonos una idea de la historia de los exploradores y colonizadores que la fundaron y que navegaron el mítico estrecho en busca de la ruta hacia el pacifico, principalmente ingleses y croatas. Con un clima frio y ventoso la mayor parte del año, cuenta con una puerta de acceso a través del aeropuerto internacional, lo cual anima a muchos chilenos a acercarse a ella. Como atracciones principales de la ciudad, y que no hay que dejar de visitar, en ella encontramos el Museo de la Nao Victoria, donde incluye una réplica del barco de Magallanes, el Monumento Natural Los Pingüinos, con colonias de estas aves magallánicas y ubicado en la isla Magdalena con acceso exclusivamente mediante barco, y la Reconstrucción del Fuerte de Bulnes original, que se constituyo en el primer asentamiento chileno en el estrecho. El marisco y el cordero patagónico son también la estrella gastronómica de Punta Arenas, así como una rica cultura influenciada por sus raíces europeas junto con la historia de los pueblos originarios de la región.
Y de nuevo al bus, esta vez de la empresa Bus Sur. Ahora tocaba encaminarse hacia Puerto Natales, excelente lugar ubicado en la ribera del Seno Ultima Esperanza, hermoso fiordo con paisajes impresionantes de montañas, glaciares y lagos. Es la puerta de acceso principal al Parque Nacional Torres del Paine, destino natural más destacado de chile y desde donde parten excursiones y rutas para el disfrute de sus espacios naturales, del trekking, senderismo, navegación y avistamiento de aves. A partir de aquí, ya no hay ninguna carretera que te comunique con el resto de chile. En la ciudad podremos disfrutar de los Monumentos de la Mano, del Viento, y del Milodon, también el Muelle Histórico, punto de referencia de la costa y, sobre todo, el Museo Histórico Municipal, con imprescindible información sobre los antiguos pobladores, su arte parietal, y la relación entre estos pueblos indígenas y los primeros colonos. Los altos gastronómicos allí fueron un gran momento que disfrutamos sobremanera, antes de enfrentarnos al verdadero reto del viaje. Allí dio comienzo ya, la búsqueda de la carretera austral.
El día se levanto con una incesante lluvia y un viento tremendo, lo cual no nos amedranto y tras pasar la mañana recorriendo el pueblo, cargados con nuestras mochilas nos dirigimos al embarcadero de la Naviera Austral Broom, donde debíamos de embarcar para la travesía hasta Caleta Tortel. Allí nuestros malos presagios se confirmaron, debido a las inclemencias climáticas no saldría la barcaza hasta el día siguiente al mediodía. Vuelta al magnífico hotel “Lady Florence Dixie” en el que estuvimos alojados, y como no hay dos sin tres, el hotel completo. Toca buscar otro para pasar el tiempo hasta el día siguiente. Nada que ver con el anterior, pero nos acomodamos igualmente hasta el día del zarpe.
Por fin, el viento aminó y tras pasar la mañana observando las labores de carga de la barcaza, esta salió de su embarcadero, al mediodía, empezando a navegar entre los bellos islotes del sur de Chile con destino Caleta Tortel y de esta forma, salvar la zona austral chilena que no dispone de conexión terrestre con el resto del país. Los paisajes que se observan desde la nave son espectaculares y la vegetación y fauna que allí se encuentra es de una belleza admirable. Cascadas por doquier arrojan agua desde las nieves perpetuas que nos rodean y en cada recodo del trayecto surge otro espectáculo más grandioso que el anterior. Pasamos en la barcaza dos días completos con sus noches correspondientes, consiguiéndose un viaje muy ameno y entretenido entre los pocos viajeros que íbamos, con charlas intrascendentes en los horarios de la magnífica comida, que incluía el pasaje y que disfrutamos enormemente. En mitad del trayecto, parada en Puerto Edén, pequeño asentamiento en medio de los fiordos y que solo dispone de acceso marítimo, donde bajo y subió gente así como mercancías para completar el trayecto. De vuelta a la navegación, seguimos camino otro día mas hasta llegar a Tortel, donde bajamos muchos viajeros que hacíamos el mismo recorrido. El resto, con los vehículos, continuaban unas horas más hasta Caleta Yungay, donde ya por fin se encuentra la conexión con la Carretera Austral, que da comienzo en la cercana Villa O’Higgins.
En Tortel pasamos un día alojados en una cabaña muy rudimentaria y sencilla, que carecía de las mínimas comodidades. Era complicado incluso comer en Tortel, pues los escasos restaurantes del lugar estaban cerrados por ser fuera de temporada. Nuestra anfitriona lo soluciono con un guiso de arroz con carne que por lo menos nos alivio el cuerpo. Ubicado en el fiordo de Ultima Esperanza, Tortel es único por su diseño y estructura, compuesto por pasarelas de madera serpenteantes y no dispone de calles pavimentadas, con las casas dispersas alrededor de las pasarelas. Al lugar se llega principalmente por mar y recientemente por un camino sinuoso que lo une con la carretera austral. Tortel se esfuerza por preservar su entorno natural y su arquitectura para deleite del visitante, sus pasarelas y la mínima conexión para vehículos son parte de la conservación de este lugar tan especial.
Al día siguiente, conseguimos plaza en un pequeño minibús que partía hacia Cochrane, localidad a la que llegamos tras cuatro horas de viaje por una camino de trocha o ripio, pues esa es la estructura de la carretera austral en esta zona. Allí nos alojamos en un modesto hostal en el cual había ya agua caliente. Cenamos algo en un restaurante del pueblo y rápido a dormir pues habíamos de salir temprano para continuar camino por la carretera austral.
Tras el consabido y tortuoso viaje, unas horas después llegábamos a Puerto Rio Tranquilo, en la orilla del imponente lago General Carrera, el más grande de chile, que se comparte con Argentina y desde donde se accede a la atracción más imponente del lugar, la Catedral de Mármol, y las Capillas de Mármol, formaciones naturales ubicadas en el lago y compuestas de múltiples arcos y cavernas, que se iluminan de forma espectacular al recibir el reflejo del agua, a las cuales se accede en pequeñas embarcaciones. Allí, de nuevo nos quedamos en otro Hostal regentado por un matrimonio joven con su bebe, pero más concurrido por viajeros y ciclo turistas europeos, con los que cambiamos impresiones sobre el resto del viaje.
Al día siguiente, de nuevo bus con destino Coyhaique, localidad más importante y poblada de la región de Aysen. Fueron otras seis horas de tortuoso camino y en la que no pudimos hacer el alto programado debido al día de retraso acumulado por la demora de la barcaza en Puerto Natales. No había enlace al día siguiente desde Coyhaique para continuar camino, por lo que al llegar al terminal de buses, directamente embarcamos en otro bus (por los pelos) con destino La Junta. Íbamos a pasar todo el día subidos en bus, aunque a partir de allí la carretera austral ya disponía de algunos pocos tramos asfaltados.
De nuevo tocaban otras 5 horas por delante y al haber hecho el cambio de bus a la carrera no tuvimos tiempo de comer nada, salvo unas galletas y cacahuetes que aun nos quedaban. Esa fue nuestra comida de ese día. Poco antes de llegar a La Junta, el bus se detuvo en Puyuhuapi, un lugar que nos pareció encantador, rodeado de montañas, bosques y las aguas cristalinas del fiordo donde se encuentra. En las proximidades se localizan las Termas de Puyuhuapi, dentro del Parque Nacional Queulat, con el ventisquero colgante, imponente cascada desplegada desde un glaciar.
Rápidamente llegamos a La Junta, otra encantadora localidad de la región, donde nos alojamos en la estupenda Hospedería Rayen y en la que encontramos el mejor alojamiento de la zona, siempre atendidos estupendamente por sus dueños, con camas y baños perfectamente limpios y ordenados. Salimos rápidamente a recorrer la localidad y cenar de forma muy agradable. Ya tocaba descansar hasta el día siguiente, pues muy temprano subimos a otro microbús que nos llevaría hasta Chaiten, donde, para no ser menos encontramos nuevas sorpresas.
Ubicada en la Región de Los Lagos, Chaiten nos recibió con aire y lluvia leve y donde pensábamos pasar solo un día. Para variar, esto no fue posible, pues el bus que pensábamos abordar al día siguiente se había suspendido por las inclemencias meteorológicas hasta última hora de la tarde. En su lugar decidimos optar por el ferry que une la localidad con Puerto Montt en poco más de 5 horas y que partía antes del mediodía. Así ganaríamos tiempo, pues el bus habría de atravesar dos caletas en transbordador y se demoraría demasiado. De nuevo, la Ley de Murphy nos la jugaba y el barco también se retrasaría hasta la tarde, por lo que armados de paciencia pasamos el día paseando por la ciudad y nos dio la ocasión de visitar el Museo del Sitio de Chaiten, donde se relatan los momentos vividos por la ciudad tras la erupción del Volcán Chaiten en 2008, y que destruyo parcialmente la misma, quedando cubierta por cenizas y necesitando de una importante labor de reconstrucción y revitalización de la zona. Entre paseo y paseo por la localidad, con muchos negocios aun cerrados, comimos en un restaurante de nombre El Quijote, que aunque estaba cerrado, su dueño nos acogió y nos cocinó una sabrosa comida que degustamos junto con la amena conversación con los propietarios. A la caída de la tarde, nos dirigimos raudos hasta en embarcadero, donde, a última hora de la tarde habíamos de subir al ferry hasta Puerto Montt.
Ya oscurecía cuando zarpo el transbordador con mucha gente y muchos vehículos, por lo que nos acomodamos en nuestro lugar asignado y nos dispusimos a pasar el resto de la travesía, que fue realizada en horario nocturno. Varias veces paro la lancha para subida y bajada de pasajeros, y nosotros, que íbamos somnolientos, no prestamos mucha atención. Se demoró aun más el tiempo de escala en un puerto intermedio, por lo cual la hora prevista de llegada sufrió un retraso mas. Pasaban de las 5 de la mañana, cuando por fin atracó el barco en Puerto Montt, destino final de nuestra pequeña aventura, y tras hacer caso de los consejos del vigilante del puerto, junto con otros viajeros mas, esperamos en la sala de embarque hasta que amaneciese, pues todos decían que no era muy seguro el lugar.
Finalmente, iniciamos el camino hacia la terminal de buses, donde dejamos las mochilas hasta la hora de salida del bus nocturno hacia Santiago. Cansados, salimos a recorrer Puerto Montt. Teníamos todo el día para hacerlo. A orillas del Pacifico, se encuentra rodeada de fiordos, lagos, montañas y parajes naturales y es la capital de la Región de Los Lagos. Es la última ciudad de importancia del llamado chile continental y punto de partida para viajar a otros destinos del sur de chile. No dejar de visitar el tradicional Mercado de Angelmó, con una cantidad inmensa de puestos de pescado y marisco así como restaurantes, y que resulta muy visitado por los chilenos. Estuvimos la mañana y la tarde recorriendo los lugares más emblemáticos de la ciudad, como la catedral, el Colegio San Francisco Javier, paseos por la costanera, e incluso el gran centro comercial que en ella se encuentra y del que huimos rápidamente.
A la hora estipulada ya estábamos en el terminal dispuesto a subirnos al bus de la empresa Fierro para pasar toda la noche en sus cómodas butacas, con destino a nuestra última ciudad chilena, Santiago. A ella llegamos a las nueve de la mañana tras 13 horas de camino que se nos paso muy rápido, pues acumulábamos cansancio atrasado. Tras un largo recorrido hasta llegar a nuestro hotel, Brasilia se llamaba, allí nos acomodamos, dejamos el equipaje y tocaba adentrarse en la capital del país para pasar los últimos tres días del viaje.
Dedicamos los tres días a recorrer esta interesante y bulliciosa ciudad, quizás la más europea de América del sur. Exploramos su zona antigua con la mítica Plaza de Armas, donde se ubica la Catedral Metropolitana, El Palacio de la Real Audiencia y el Museo Histórico Nacional, además de la majestuosa estatua dedicada a su fundador, Pedro De Valdivia. Recorrimos su afamado y bohemio Barrio Lastarria, con su vibrante vida cultural y galerías de arte en sus calles empedradas. Ascendimos al Cerro San Cristóbal para observar, desde su cima, la vista panorámica de la ciudad y el Santuario de la Virgen María. Disfrutamos del Barrio Bellavista con su ajetreo nocturno en la gran cantidad de restaurantes y bares que allí se encuentran. Pero sobre todo, nos gradaron mucho los altos para almorzar que hicimos en el Mercado Central de Santiago, poblado de puestos y restaurantes. Incluso tuvimos tiempo de asistir a un concierto matinal en el Teatro Municipal de Santiago.
Y como todo termina, en el día y la hora señalados subimos al avión de Iberia que nos devolvió a la realidad española. Atrás quedaban los recuerdos de lo vivido por esas carreteras chilenas, donde encontramos problemas en algunos alojamientos, pues son construcciones de aglomerado en bruto, donde el frio se hace patente y la rudimentaria calefacción (una estufa de leña en medio del pasillo) no consigue mitigarlo, a lo que se sumaban los tediosos y largos recorridos en barco y bus.
Pero hay que resaltar, sobre todo, la delicia de admirar esos paisajes impresionantes y las gentes maravillosas de la Patagonia Chilena, que nos hicieron los trayectos mucho más agradables. Con aquellas pequeñas ciudades de la Región de Aysén perfectamente organizadas y en las que la seguridad se respira en cada rincón, donde las puertas de las casas no se cierran con llave.
Y como no, mencionar las esplendidas comidas realizadas (cuando había posibilidad) de cordero y marisco, que regábamos siempre con esos vinos magníficos que, tanto en Argentina como en Chile, se producen. Y por supuesto, hicimos nuestro el dicho local de que “Apurarse en la Patagonia, es perder el tiempo”
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