Pocos
países del mundo tienen el privilegio de albergar dentro de sus fronteras, la
diversidad de ecosistemas de los que disfruta Perú. Un extenso desierto de
norte a sur y bañado por el Océano Pacifico, una cadena montañosa (Los Andes)
donde se ubican algunas de las alturas más grandes del mundo y una densa zona selvática
que inicia el camino al espectacular y enorme rio Amazonas. Todo ello se
encuentra en Perú, un extenso país que nunca se cansa uno de explorar, pues en
cada visita se descubren nuevos “tesoros”.
Con el recuerdo aun reciente de nuestro último
periplo peruano, rápidamente nos pusimos manos a la obra para preparar una
nueva visita. Esta vez tocaba acercarse por el norte hasta Iquitos, puerta de
entrada a la selva amazónica, y nada mejor para hacerlo que navegando en barco
de carga, como hacen multitud de peruanos.
A Iquitos solo se puede llegar en avión desde
Lima o en barco desde Pucallpa o Yurimaguas. Nosotros elegimos esta ultima como
ciudad de partida, así tuvimos de nuevo la oportunidad de acercarnos a
Chachapoyas y visitar algunas zonas que no pudimos ver en la anterior ocasión.
De esa forma, la parte previa del viaje fue la misma que ya hicimos en 2016.
Tras las casi 12 horas de cómodo y ameno viaje, el avión de Iberia (www.iberia.com) aterriza en Lima casi
a las 19,00 horas. Rápidamente tras superar los trámites aduaneros y el
imprescindible cambio de moneda, nos encaminamos a un taxi para que nos acerque
a la Terminal Norte de autobuses de Lima y esperar la partida, a las 22,00 h,
del bus de la compañía Cruz de Sur (www.cruzdelsur.com.pe) con destino a la ciudad de Chiclayo. Una vez
instalados en sus cómodas butacas del primer piso, iniciamos el camino a lo
largo de la carretera Panamericana Norte que discurre paralela al pacifico,
atravesando la desértica zona existente al oeste de la cordillera de los Andes.
10 horas que transcurren rápidamente debido al sueño acumulado tras el viaje y
que nos depositan en Chiclayo a primera hora de la mañana. Allí, de nuevo acudimos
al Museo de las Tumbas Reales del Señor de Sipan, recorriéndolo con mucho más
detenimiento, pues hasta la noche no hemos de abordar el siguiente bus hacia
Chachapoyas de la empresa Moviltours (www.moviltours.com.pe).
Ya en Chachapoyas e instalados en el Chachapoyas
Backpakers Hostal (www.chachapoyasbackpackers.com), conseguimos ponernos
en contacto con José, antiguo y acreditado guía de la región que al día
siguiente nos acompañara en busca de nuevos sarcófagos a la zona de
Lengache-Pucatambo, junto al pueblo de Lamud y a la zona arqueológica de San Antonio.
Para nuestra sorpresa, acudió José acompañado de su esposa Auri, también
originaria de la zona y gran conocedora de las plantas usadas como remedio
natural. Entre Lamud y Luya existen gran cantidad de zonas habilitadas por los
antiguos habitantes para enterramientos, muchos de ellos inexplorados y de los que José tiene
constancia por los muchos años vividos por allí, no en vano el se jacta de
haber sido en descubridor de la gruta Quiocta, hoy en día muy visitada por los
turistas y en la que también se encontró algún sarcófago. Además. José ha
escrito ya 3 libros sobre la zona, uno de los cuales pudimos adquirir y que el
amablemente dedicó. Entre las visitas y las visiones de la gran catarata de
Gocta en la lejanía, pasamos dos días en la ciudad fundada por Alonso de
Alvarado y sobre todo, empezamos a aclimatarnos para que al día siguiente nos
encaminemos hacia Yurimaguas en busca del barco.
Desde el terminal terrestre de Chachapoyas parte
la combi hacia Tarapoto a las 06,30 horas. Va completa y nos espera un largo
viaje. Tuvimos que hacer el recorrido trasvasándonos de combi en combi en cada núcleo
principal de población, debido a una huelga de agricultores que tenían cortados
los accesos por carretera. Primero hasta Nueva Cajamarca, cambio de combi y
después hasta Rioja, luego hasta Moyabamba y de ahí a Tarapoto, (en todos, cambio
de vehículo) para llegar a Yurimaguas a las 19,00 horas. Todo un día
atravesando sierras y llanuras, con calor y cansancio. A la llegada, se inicia
la caza del viajero. Multitud de moto-taxis nos acosan ofreciendo los servicios
hasta hoteles de la ciudad. El que cogemos nosotros nos deja junto al mercado
central y la plaza de armas y quedamos para el día siguiente en que nos acerque
al nuevo puerto de Yurimaguas con objeto de abordar el barco. Yurimaguas es una
típica ciudad peruana (el centro es la plaza de armas, y a partir de ahí sus
calles se trazan con tiralíneas), algo artificial y que creció a partir del
puerto fluvial y del tráfico de mercancías que allí se realiza. El viejo puerto
(por llamarle algo) de la Boca, es una orilla del rio convertida en barrizal y
desde donde y mediante un tablón estrecho se accedía a los barcos, por lo que
se construyó uno nuevo y más alejado de la ciudad. Una ducha, salida en busca
de cena con un enorme aguacero (nos costó mucho encontrar un local con cerveza)
y a dormir esperando el nuevo día.
Madrugamos bastante y al salir del hotel ya
estaban las calles llenas de personas. Nos encontramos en plena zona del
mercado central y los puestos ya lo inundan todo, por lo que aprovechamos para
hacer alguna compra necesaria para la travesía, recorrer las calles del
mercado, desayunar algo y esperar a las 9 de la mañana. La moto-taxi nos recoge
puntual e iniciamos el camino hasta el nuevo puerto fluvial de Yurimaguas, en
el mismo Rio Huallaga, pero ubicado al otro extremo de la ciudad, más moderno
en sus acceso e instalaciones pero con la misma forma de atraque, junto a la
orilla y con mucho barro, por lo que el estrecho tablón mágico sigue siendo la
forma de acceso. En 30 minutos llegamos al puerto y divisamos tres
embarcaciones. Una de ellas parte a las 12,30 horas con destino Iquitos y
continua cargando mercancías. Es el Gilmer IV. Por 150 soles, que pagamos al
capitán en el acceso al barco, nos acomodamos en un minúsculo camarote de los 6
de que dispone y así tenemos las cosas a buen recaudo mientras observamos las
faenas de carga de mercancías a través de la pasarela improvisada y la llegada
de otros nuevos pasajeros. Para nuestra sorpresa, suben también al barco una
pareja de Escoceses de nuestra edad y dos chicas (francesa y holandesa) que venían
en nuestra misma combi desde Chachapoyas y a las que habíamos “perdido” en los múltiples
cambios de vehículo. Pasada ya con creces la hora prevista, el barco comienza a
maniobrar e inicia la lenta y tranquila navegación por el rio Huallaga.
El Gilmer IV se desplaza despacio por el
serpenteante rio, empezando a atisbar la frondosa vegetación a ambas orillas y
que cada vez se van separando más una de otra, con cambio constantes de orientación
debido al discurrir del rio. Dispone el barco de 3 cubiertas. La primera
exclusivamente de carga donde almacena sacos de patatas, azúcar, huevos y todo
tipo de mercancías y maquinaria, haciendo que el barco permanezca hundido hasta
casi el borde de la plataforma. La segunda dedica la mitad a carga y el resto a
cocina, una pequeña tienda y a pasaje, donde cuelgan sus hamacas los más de 50
pasajeros autóctonos que en el viajan. En la tercera y la más cara, nos
ubicamos unos 20 pasajeros, todos ellos extranjeros, y algunos como nosotros,
disponemos del diminuto camarote para movernos por el barco sin preocupaciones.
A las 17,30 suena la sirena que anuncia el comienzo del reparto de la cena y
todos nos afanamos en recogerla y sentarnos en las cubiertas mientras charlamos
unos con otros. Así nos enteramos de que las dos chicas, Ana y Debie, llevan
meses ya recorriendo Perú, primero cada una por su cuenta y desde hace dos
semanas ya juntas. Una de ellas, la holandesa Debie, tiene previsto volver a la
costa del pacifico y pasar unas semanas de descanso mientras decide si volver a
Europa o seguir por Perú. La otra, la francesa Ana, intentará seguir
desplazándose por Sudamérica y llegar hasta Chile a reunirse allí con una
amiga. Ambas no tienen fecha de regreso y van decidiendo sobre la marcha. Pronto
se hace noche cerrada y comienza la diáspora de cada cual hacia sus hamacas.
Amanece pronto, a las 04,30 la luz del día lo
ilumina todo, por lo que perezosamente empezamos las labores de aseo en el
destartalado baño ubicado a la popa del barco. Muy sucio y viejo pero que nos sirve
para realizar las funciones básicas, incluida ducha con agua del rio y a
temperatura ambiente. De repente otra vez la sirena para el desayuno por lo que
nos ubicamos con los panecillos y el vaso de cacao en un banco de cubierta. La
mañana la invertimos en visitar las “dependencias” del barco y charlar con unos
y con otros, viendo los juegos de los niños en cubiertas y el trasiego de
enseres que se realiza en cada parada, pues muchas son las poblaciones
selváticas en las que se detiene el barco. En todas ellas sube gente vendiendo
frutas y bebidas rompiendo así la monotonía de la navegación. Nosotros
preferimos surtirnos de cerveza en la pequeña tienda junto a la cocina y
observar la inmensidad del rio, mientras saltan ante nosotros los enormes
delfines rosados de agua dulce que pueblan las guas de los ríos Marañón y
Amazonas, mientras esperamos la hora de la comida, en que vuelve a repetirse la
misma secuencia y la misma comida que en la cena.
De esta forma pasamos los 3 días de navegación
hasta que en la última noche y ya de madrugada, el barco se detiene en Nauta,
población mucho más grande y que nos avisa de la llegada ya próxima a Iquitos.
El barco permanece con labores de carga y descarga durante casi dos horas, en
el que el trasiego se acentúa. Nosotros miramos embobados y con sueño las
labores portuarias en el barrizal en que se ha convertido la orilla.
Milagrosamente, todo transcurre con normalidad y nadie cae al rio, mientras
comienza a atisbarse la claridad del nuevo día. El barco vuelve a zarpar y la
magnitud del rio Amazonas cada vez se hace más inmenso. Es espectacular su
anchura y la frondosidad de la vegetación de sus orillas, y que nos acompañará
sin tregua hasta el destino esperado en Iquitos, donde llegamos ya entrada la
tarde. Las labores de atraque en el caótico puerto se hacen interminables, pues
no hay un solo lugar disponible y se ha de esperar a que alguno de los buques
deje su sitio al nuestro. Todo es una continua sucesión de barcos varados en
las orillas embarradas y con gran trasiego de mercancías, pues decenas de
barcos continúan hasta otros destinos dentro del amazonas (Leticia, Pucallpa y
sobre todo, Manaos). Allí acaba el periplo del Gilmer IV. De nuevo al parar,
aparece el mítico tablón para el desembarco, pero nosotros junto con la casi
totalidad de extranjeros, permanecemos en cubierta observando y esperando a que
se despeje la zona próxima al tablón, pues con las idas y venidas de las
labores de descarga, es imposible atravesarlo con un mínimo de seguridad.
Cuando por fin pisamos tierra, de nuevo las
moto-taxis nos rodean ofreciendo sus servicios para el traslado a la ciudad. La
que cogimos mostros nos traslada hasta un pequeño hotel junto a la plaza de
armas y en él nos quedamos, pues solo será para un día. Iquitos es una ciudad
que gusta, muy poblada y algo decadente pero que conserva muestras de su gran
pasado, a la sombra del negocio del caucho. Únicamente es accesible navegando
el rio o por aire, no hay carreteras que la unan con el resto de Perú. Su
centro urbano gira en torno a la Plaza de Armas, donde se ubica la Catedral y
la Casa Fierro, diseñada por Eiffel. En las proximidades encontramos la casa
Morey, hoy convertida en hotel, el antiguo Hotel Palace, el museo Amazónico y
un agradable bulevar desde donde se aprecia la extensa vegetación que rodea al
rio Amazonas.
Paseamos mucho por la ciudad apreciando el gran
ajetreo nocturno de su Plaza de Armas e comentando como sería ella en los
tiempos de bonanza económica. A una hora conveniente nos retiramos al hotel,
pues a primera hora de la mañana debíamos coger un vuelo que tras una corta
escala en Lima nos dejaría en Cuzco, para de nuevo comenzar otra pequeña
aventura en los alrededores de la antigua Capital Inca. Pero eso, será ya otra
historia.
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