lunes, 20 de abril de 2020

El sur de Etipia. Diferente y de enigmática belleza


Partiendo de Addis  Abeba y según te vas adentrando hacia el sur, cambian los colores, que pasan del verde intenso de las zonas montañosas al verde más pálido de la sabana, para acabar con un marrón polvoriento en las zonas bajas, especialmente si hace tiempo ya que esperan las anheladas lluvias. También cambian las gentes, que pasan del moreno aceitunado del norte a un moreno más oscuro, según se va descendiendo de latitud, asemejándose más a sus vecinos de Sudan del Sur o de Kenia.


Mucho y para bien, ha cambiado la Capital del país, Addis Abeba, desde mi anterior viaje hace ya cuatro años. Sigue habiendo caos de tráfico en el ritmo de vida de los etíopes, pero lo aprecié mucho más ordenado todo, con más semáforos en sus enormes avenidas atestadas de coches, con el entorno mucho más limpio que entonces. La Capital, ha dado un paso hacia adelante muy apreciable, con multitud de nuevas construcciones, algunas sin acabar, pero que están dado un cambio acelerado hacia la modernidad urbana. Prueba de ello, es su ya magnifico aeropuerto, a nivel de cualquier otro de Europa y que sigue remodelándose con rapidez. Todo ello sin dejar de lado las esencias básicas de la idiosincrasia del País.


Pero la capital no es el objeto principal de este reciente viaje a Etiopia, por lo que alejarnos rápido de ella y comenzar el largo y tortuoso camino hacia latitudes más bajas, es lo más aconsejable. La forma más drástica y cómoda de hacerlo es usando el avión. Desde la capital se puede volar a diario hasta Arba Minch o Jinka, evitándonos los 500 km a la primera o los más de 800 a la segunda ciudad, pero no podríamos “disfrutar” de las largas horas de malas carreteras y caminos de tierra, de la visión de sus pequeñas ciudades o comprobar el cambio étnico, social y religioso que van adquiriendo a cada tramo sus habitantes.


Al final salimos ya pasado el mediodía, en un pequeño bus donde nos acomodamos toda la expedición, por lo que al caer la noche conseguimos llegar hasta nuestro primer alto en el camino, la pequeña localidad de Ziway sin llegar a recorrer 200 km. Allí pasamos la noche en el Haile Resort, un alojamiento cómodo y muy recomendable, y aunque sin derroches, nos supo a gloria.


Muy temprano comenzamos el movimiento, pues habríamos de hacer un alto en el Parque Nacional de Abijatta Shalla, donde tras un pequeño recorrido a pie por el mismo, únicamente pudimos atisbar avestruces, gacelas y cerdos salvajes. Una primera toma de contacto con el medio natural, en el que pudimos comprobar que el polvo y la hierba seca de la zona se adhieren de forma perfecta a calzado y pantalones. Acabamos el recorrido desde el borde de un alto, donde la visión del valle y el lago en la lejanía, nos hizo comenzar a apreciar la inmensidad de las llanuras etíopes. También allí tuvimos el primer contacto con los niños salidos de cualquier parte, y que se arremolinan a tu alrededor hasta conseguir un simple boli o caramelos, que les haga más llevadero el día a día.


De nuevo a la carretera, pues aun queda mucho trayecto hasta la siguiente parada. Antes de acabar la tarde, y tras una interminable ascensión a la montaña, por un camino pedregoso y polvoriento, avistamos la aldea de Bodo, donde la tribu de los Dorze construyen sus chozas con forma de cabeza de elefante. Allí, apreciamos sus bailes y canticos ataviados con pieles de leopardo y de distintos animales. Igualmente hacen una pequeña demostración de la forma en que preparan sus alimentos, antes de comenzar la consabida exposición de objetos artesanales por ellos confeccionados para ir haciendo caja. Y ya con la oscuridad de la noche encima llegamos al final de la jornada, que culminamos en el Hotel Emerald de Arba Minch, con unas vistas espectaculares sobre los lagos Abaya y Chamo. Un gran lugar para el descanso sin duda ninguna.


Con el nuevo día apreciamos, más si cabe, la belleza del lugar tomando el café del desayuno con las bellas vistas que desde el hotel se atisban. El primer destino del día lo teníamos a nuestra derecha. El lago Chamo. Hacia el nos dirigimos tras subir de nuevo a bus y descender por una carretera serpenteante. Un muy básico embarcadero nos recibe al borde del lago con sus barcas metálicas, en las que nos acomodamos antes de comenzar la lenta navegación hasta el otro extremo de la gran extensión de agua. En los pocos árboles que surcan su orilla, anidan algunas especies de aves que nos observan con precaución. Poco a poco las barcas se acercan a una pequeña y pedregosa playa en la que tranquilamente toman el sol varios cocodrilos de gran tamaño. Otros enormes reptiles se acercan a ella o se adentran ya secos en el agua del lago. Sobrecoge ver su tamaño y grandes fauces.


De vuelta al embarcadero, otra vez al bus para tener un largo trayecto hasta la ciudad de Jinka. Se hace largo y cansado, y tras el alto consabido para comer, en el Kanta Lodge de la localidad de Konso, de nuevo bus hasta detenernos en un esplendido mirador que se erige entre los valles de Rif y de Omo. Desde allí se aprecia en toda su inmensidad la enorme extensión por la que nos situaremos en los siguientes días, con la vista en la lejanía del caudaloso rio Omo y que se asemeja a una gran serpiente en medio de la llanura. Una bella visión antes de volver al bus para acabar en nuestro destino, Jinka. En esta concurrida y algo destartalada ciudad, nos alojamos en el Hotel Nassa, establecimiento muy básico y falto de toda comodidad y limpieza. Incluso carece de cualquier atisbo de bar o comedor, por lo que para la cena y desayuno habríamos de desplazarnos a otro hotel cercano. No nos dejó un buen recuerdo.


Madrugamos para salir en la mañana en busca de más sensaciones. Nos esperaba un largo día de bus y en busca de algunas tribus que habitan la zona. Encontramos a los Bursis en la aldea Berdole, allí, tras el pago estipulado para las fotos, rápidamente sus mujeres dejaban fotografiar sus labios y orejas con platillos incrustados en ellos. Adornan igualmente su cuerpo con pinturas y dibujos en blanco. Multitud de niños te rodean y junto con las mujeres intentan venderte todo tipo de abalorios. Los hombres sentados a la sombra observan desde la distancia.

Salimos de allí un tanto decepcionados de la que parecía artificial parafernalia. Tras la comida realizada a medio camino, arribamos a la aldea Logio donde se ubica la tribu de los Hamer, muy característicos por sus peinados rojizos y ornamentación, amén de las escarificaciones corporales que se auto infligen. Destacan las mujeres de esta tribu por su gran belleza y que poseen cuerpos muy estilizados. También hay que realizar pagos por entrar a su aldea y como en todas, se ha de ir acompañado de un guía local que facilita todas las gestiones con ellos. Terminamos en día en la localidad de Turmi, alojados en el Hotel Kinzo Lodge. Sin duda el más descuidado y destartalado de todos, aunque tuvieron la deferencia de asar dos cabras para la cena en una inmensa hoguera, de buen sabor aunque bastante dura, debido a su edad.


El siguiente día lo empleamos en acercarnos a la orilla del caudaloso rio Omo, para cruzarlo en canoas y visitar la última de las tribus previstas, los Dasanech. A pesar de la cercanía del rio y del lago Turkana, se ubican en una zona muy árida, con abundancia de polvo y de muy altas temperaturas, lo que provoca estar siempre rodeados de mosquitos de todos los tamaños. Curiosamente protegen sus chozas con chapas metálicas, lo que incide en el aumento de la temperatura de sus viviendas. Cabe destacar de los Dasanech, que aun hoy en día siguen manteniendo la mutilación genital femenina y la circuncisión para los varones. Si no cumplen esta norma no pueden casarse. Ya de regreso a Turmi, se hizo un alto para gozar del mercado de animales y hortalizas que allí se ubica. Tras la comida, de nuevo horas de bus hasta llegar en la noche a la localidad de konso y alojarnos en el Kanta Lodge, sin duda el mejor alojamiento del viaje, que junto con su muy aceptable cocina, nos supuso una gran noche de relax y disfrute.


Y como todo llega a su fin, esta vez no iba a ser menos. Junto a konso se ubica la aldea Gamole, lugar peculiar pues dispone de laberínticas calles empedradas y parcialmente amuralladas y cada recinto familiar esta igualmente separado del resto por setos y empalizadas. Un lugar muy diferente a los ya visitados, pero muy agradable el trato con sus gentes. También venden de todo, claro. Y ya de nuevo al bus para iniciar camino a Arba Minch y en su pequeño y coqueto aeropuerto subir a un avión que nos deposita rápidamente en Addis Abeba. La hora de la partida se acerca y pasamos la tarde con compras de café y recuerdos, antes de juntarnos a cenar en el Restaurante Lucy, junto al Museo Nacional de Etiopia, donde dimos cuenta de una muy agradable cena, antes de dirigirnos al aeropuerto de la capital y acomodarnos en el vuelo de regreso a España.


En el recuerdo siempre quedarán esas carreteras de tierra, donde campan a sus anchas cabras y vacas en su ir y venir cotidiano y que ralentizan, aun más si cabe, los interminables trayectos. El sur, va a un ritmo más pausado que la capital. Todo tiene su secuencia y es absurdo intentar alterarla. A la diferencia étnica con el resto de etíopes, hay que añadir la islamización de la zona, muy acusada ya y que ha conseguido desterrar al cristianismo en algunas poblaciones. Sigue siendo un entorno bastante seguro y que deja mucho que desear aun a nivel de recibir visitantes, alojamientos con un mantenimiento inexistente pero que ofrecen unas comodidades infinitamente mejores a las que ellos tienen. Mucho le queda aún por hacer a sus gobernantes para mejorar la forma de vida de sus abandonadas gentes, infraestructuras, acceso al agua, a la electricidad y sobre todo concienciar sobre la educación de sus niños.


Lo más negativo quizás, fue constatar un hecho que nos debe llevar a reflexionar profundamente. En nuestro afán occidental de descubrir personas y lugares diferentes, hemos caído en desarraigar a las personas que integran sus ancestrales tribus. Ya no pastorean, casi no cultivan los campos, tienen suficiente con el dinero que les damos los visitantes para su subsistencia. Les hemos acostumbrado a cobrar por hacerles fotos, pagarles por visitar sus aldeas, les hemos inculcado lo peor de la cultura occidental. Aun estamos a tiempo de remediar esta situación. Esto fue sin duda lo más desagradable de todo lo visto en esas bellas tierras.


Ahora solo queda repasar lo vivido y agradecer a AYME (Ayudamos a Mama en Etiopia), una ONG que centra su actividad en la región Etíope de Gondar, haber organizado este viaje como complemento a su programa de ayuda. Allí, ha construido una maternidad (la cual se visitó) con la inestimable colaboración de Mensajeros de la Paz. A día de hoy funciona a la perfección, lo cual debe ser motivo de orgullo para Jeshy, su presidenta, etíope de nacimiento pero afincada en Madrid. Igualmente hay que agradecer al que fue nuestro guía en esos días, Eshelu, con un perfecto español, el se encargó de organizar todo y llevarnos sin sobresaltos a todos los lugares. Tuvo mucho trabajo con nosotros y lo solventó todo con esfuerzo y una eterna sonrisa que agradeceremos siempre. Solo mencionar también que la mejor opción para desplazarse a Etiopia, son sus líneas aéreas nacionales, Ethiopian Airlines, sin sobresaltos, con puntualidad, precios asequibles y con conexiones a todos los continentes.

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