Partiendo
de Addis Abeba y según te vas adentrando
hacia el sur, cambian los colores, que pasan del verde intenso de las zonas
montañosas al verde más pálido de la sabana, para acabar con un marrón
polvoriento en las zonas bajas, especialmente si hace tiempo ya que esperan las
anheladas lluvias. También cambian las gentes, que pasan del moreno aceitunado
del norte a un moreno más oscuro, según se va descendiendo de latitud,
asemejándose más a sus vecinos de Sudan del Sur o de Kenia.
Mucho y para bien, ha cambiado la Capital del
país, Addis Abeba, desde mi anterior viaje hace ya cuatro años. Sigue habiendo
caos de tráfico en el ritmo de vida de los etíopes, pero lo aprecié mucho más
ordenado todo, con más semáforos en sus enormes avenidas atestadas de coches, con
el entorno mucho más limpio que entonces. La Capital, ha dado un paso hacia
adelante muy apreciable, con multitud de nuevas construcciones, algunas sin
acabar, pero que están dado un cambio acelerado hacia la modernidad urbana.
Prueba de ello, es su ya magnifico aeropuerto, a nivel de cualquier otro de Europa
y que sigue remodelándose con rapidez. Todo ello sin dejar de lado las esencias
básicas de la idiosincrasia del País.
Pero la capital no es el objeto principal de
este reciente viaje a Etiopia, por lo que alejarnos rápido de ella y comenzar
el largo y tortuoso camino hacia latitudes más bajas, es lo más aconsejable. La
forma más drástica y cómoda de hacerlo es usando el avión. Desde la capital se
puede volar a diario hasta Arba Minch o Jinka, evitándonos los 500 km a la
primera o los más de 800 a la segunda ciudad, pero no podríamos “disfrutar” de
las largas horas de malas carreteras y caminos de tierra, de la visión de sus
pequeñas ciudades o comprobar el cambio étnico, social y religioso que van
adquiriendo a cada tramo sus habitantes.
Al final salimos ya pasado el mediodía, en un
pequeño bus donde nos acomodamos toda la expedición, por lo que al caer la
noche conseguimos llegar hasta nuestro primer alto en el camino, la pequeña
localidad de Ziway sin llegar a recorrer 200 km. Allí pasamos la noche en el
Haile Resort, un alojamiento cómodo y muy recomendable, y aunque sin derroches,
nos supo a gloria.
Muy temprano comenzamos el movimiento, pues habríamos
de hacer un alto en el Parque Nacional de Abijatta Shalla, donde tras un
pequeño recorrido a pie por el mismo, únicamente pudimos atisbar avestruces,
gacelas y cerdos salvajes. Una primera toma de contacto con el medio natural,
en el que pudimos comprobar que el polvo y la hierba seca de la zona se adhieren
de forma perfecta a calzado y pantalones. Acabamos el recorrido desde el borde
de un alto, donde la visión del valle y el lago en la lejanía, nos hizo
comenzar a apreciar la inmensidad de las llanuras etíopes. También allí tuvimos
el primer contacto con los niños salidos de cualquier parte, y que se
arremolinan a tu alrededor hasta conseguir un simple boli o caramelos, que les
haga más llevadero el día a día.
De nuevo a la carretera, pues aun queda mucho
trayecto hasta la siguiente parada. Antes de acabar la tarde, y tras una
interminable ascensión a la montaña, por un camino pedregoso y polvoriento,
avistamos la aldea de Bodo, donde la tribu de los Dorze construyen sus chozas
con forma de cabeza de elefante. Allí, apreciamos sus bailes y canticos
ataviados con pieles de leopardo y de distintos animales. Igualmente hacen una
pequeña demostración de la forma en que preparan sus alimentos, antes de
comenzar la consabida exposición de objetos artesanales por ellos
confeccionados para ir haciendo caja. Y ya con la oscuridad de la noche encima
llegamos al final de la jornada, que culminamos en el Hotel Emerald de Arba
Minch, con unas vistas espectaculares sobre los lagos Abaya y Chamo. Un gran
lugar para el descanso sin duda ninguna.
Con el nuevo día apreciamos, más si cabe, la
belleza del lugar tomando el café del desayuno con las bellas vistas que desde
el hotel se atisban. El primer destino del día lo teníamos a nuestra derecha.
El lago Chamo. Hacia el nos dirigimos tras subir de nuevo a bus y descender por
una carretera serpenteante. Un muy básico embarcadero nos recibe al borde del
lago con sus barcas metálicas, en las que nos acomodamos antes de comenzar la
lenta navegación hasta el otro extremo de la gran extensión de agua. En los
pocos árboles que surcan su orilla, anidan algunas especies de aves que nos
observan con precaución. Poco a poco las barcas se acercan a una pequeña y
pedregosa playa en la que tranquilamente toman el sol varios cocodrilos de gran
tamaño. Otros enormes reptiles se acercan a ella o se adentran ya secos en el
agua del lago. Sobrecoge ver su tamaño y grandes fauces.
De vuelta al embarcadero, otra vez al bus para
tener un largo trayecto hasta la ciudad de Jinka. Se hace largo y cansado, y
tras el alto consabido para comer, en el Kanta Lodge de la localidad de Konso,
de nuevo bus hasta detenernos en un esplendido mirador que se erige entre los
valles de Rif y de Omo. Desde allí se aprecia en toda su inmensidad la enorme
extensión por la que nos situaremos en los siguientes días, con la vista en la lejanía
del caudaloso rio Omo y que se asemeja a una gran serpiente en medio de la
llanura. Una bella visión antes de volver al bus para acabar en nuestro destino,
Jinka. En esta concurrida y algo destartalada ciudad, nos alojamos en el Hotel
Nassa, establecimiento muy básico y falto de toda comodidad y limpieza. Incluso
carece de cualquier atisbo de bar o comedor, por lo que para la cena y desayuno
habríamos de desplazarnos a otro hotel cercano. No nos dejó un buen recuerdo.
Madrugamos para salir en la mañana en busca de
más sensaciones. Nos esperaba un largo día de bus y en busca de algunas tribus
que habitan la zona. Encontramos a los Bursis en la aldea Berdole, allí, tras
el pago estipulado para las fotos, rápidamente sus mujeres dejaban fotografiar
sus labios y orejas con platillos incrustados en ellos. Adornan igualmente su
cuerpo con pinturas y dibujos en blanco. Multitud de niños te rodean y junto
con las mujeres intentan venderte todo tipo de abalorios. Los hombres sentados
a la sombra observan desde la distancia.
Salimos de allí un tanto decepcionados de la que
parecía artificial parafernalia. Tras la comida realizada a medio camino,
arribamos a la aldea Logio donde se ubica la tribu de los Hamer, muy característicos
por sus peinados rojizos y ornamentación, amén de las escarificaciones
corporales que se auto infligen. Destacan las mujeres de esta tribu por su gran
belleza y que poseen cuerpos muy estilizados. También hay que realizar pagos
por entrar a su aldea y como en todas, se ha de ir acompañado de un guía local
que facilita todas las gestiones con ellos. Terminamos en día en la localidad
de Turmi, alojados en el Hotel Kinzo Lodge. Sin duda el más descuidado y
destartalado de todos, aunque tuvieron la deferencia de asar dos cabras para la
cena en una inmensa hoguera, de buen sabor aunque bastante dura, debido a su
edad.
El siguiente día lo empleamos en acercarnos a la
orilla del caudaloso rio Omo, para cruzarlo en canoas y visitar la última de
las tribus previstas, los Dasanech. A pesar de la cercanía del rio y del lago
Turkana, se ubican en una zona muy árida, con abundancia de polvo y de muy
altas temperaturas, lo que provoca estar siempre rodeados de mosquitos de todos
los tamaños. Curiosamente protegen sus chozas con chapas metálicas, lo que
incide en el aumento de la temperatura de sus viviendas. Cabe destacar de los Dasanech,
que aun hoy en día siguen manteniendo la mutilación genital femenina y la
circuncisión para los varones. Si no cumplen esta norma no pueden casarse. Ya
de regreso a Turmi, se hizo un alto para gozar del mercado de animales y
hortalizas que allí se ubica. Tras la comida, de nuevo horas de bus hasta
llegar en la noche a la localidad de konso y alojarnos en el Kanta Lodge, sin
duda el mejor alojamiento del viaje, que junto con su muy aceptable cocina, nos
supuso una gran noche de relax y disfrute.
Y como todo llega a su fin, esta vez no iba a
ser menos. Junto a konso se ubica la aldea Gamole, lugar peculiar pues dispone
de laberínticas calles empedradas y parcialmente amuralladas y cada recinto
familiar esta igualmente separado del resto por setos y empalizadas. Un lugar
muy diferente a los ya visitados, pero muy agradable el trato con sus gentes.
También venden de todo, claro. Y ya de nuevo al bus para iniciar camino a Arba
Minch y en su pequeño y coqueto aeropuerto subir a un avión que nos deposita rápidamente
en Addis Abeba. La hora de la partida se acerca y pasamos la tarde con compras
de café y recuerdos, antes de juntarnos a cenar en el Restaurante Lucy, junto
al Museo Nacional de Etiopia, donde dimos cuenta de una muy agradable cena,
antes de dirigirnos al aeropuerto de la capital y acomodarnos en el vuelo de
regreso a España.
En el recuerdo siempre quedarán esas carreteras
de tierra, donde campan a sus anchas cabras y vacas en su ir y venir cotidiano
y que ralentizan, aun más si cabe, los interminables trayectos. El sur, va a un
ritmo más pausado que la capital. Todo tiene su secuencia y es absurdo intentar
alterarla. A la diferencia étnica con el resto de etíopes, hay que añadir la
islamización de la zona, muy acusada ya y que ha conseguido desterrar al
cristianismo en algunas poblaciones. Sigue siendo un entorno bastante seguro y
que deja mucho que desear aun a nivel de recibir visitantes, alojamientos con
un mantenimiento inexistente pero que ofrecen unas comodidades infinitamente
mejores a las que ellos tienen. Mucho le queda aún por hacer a sus gobernantes
para mejorar la forma de vida de sus abandonadas gentes, infraestructuras,
acceso al agua, a la electricidad y sobre todo concienciar sobre la educación
de sus niños.
Lo más negativo quizás, fue constatar un hecho
que nos debe llevar a reflexionar profundamente. En nuestro afán occidental de
descubrir personas y lugares diferentes, hemos caído en desarraigar a las
personas que integran sus ancestrales tribus. Ya no pastorean, casi no cultivan
los campos, tienen suficiente con el dinero que les damos los visitantes para
su subsistencia. Les hemos acostumbrado a cobrar por hacerles fotos, pagarles
por visitar sus aldeas, les hemos inculcado lo peor de la cultura occidental.
Aun estamos a tiempo de remediar esta situación. Esto fue sin duda lo más
desagradable de todo lo visto en esas bellas tierras.
Ahora solo queda repasar lo vivido y agradecer a
AYME (Ayudamos a Mama en Etiopia), una ONG que centra su actividad en la región
Etíope de Gondar, haber organizado este viaje como complemento a su programa de
ayuda. Allí, ha construido una maternidad (la cual se visitó) con la
inestimable colaboración de Mensajeros de la Paz. A día de hoy funciona a la
perfección, lo cual debe ser motivo de orgullo para Jeshy, su presidenta,
etíope de nacimiento pero afincada en Madrid. Igualmente hay que agradecer al
que fue nuestro guía en esos días, Eshelu, con un perfecto español, el se
encargó de organizar todo y llevarnos sin sobresaltos a todos los lugares. Tuvo
mucho trabajo con nosotros y lo solventó todo con esfuerzo y una eterna sonrisa
que agradeceremos siempre. Solo mencionar también que la mejor opción para
desplazarse a Etiopia, son sus líneas aéreas nacionales, Ethiopian Airlines,
sin sobresaltos, con puntualidad, precios asequibles y con conexiones a todos
los continentes.