Choquiquerao.
Un extraño y rebuscado lugar en el que los Incas construyeron una gran ciudad,
“la Cuna del Sol”. Con un acceso complicado, alejada de las vistas y abrazando
las nubes, se encuentran las huellas de una construcción semejante a Machu
Pichu, y al lado contrario de la misma cadena montañosa. Decidimos conocerla y
para ello nos armamos de valor y también de algo de insensatez, pues no es fácil
ni cómodo llegar a ella.
Tras el placentero recorrido por el Amazonas
para llegar a Iquitos, la segunda parte del viaje que teníamos programado,
llegó sin pestañear. El trayecto Iquitos-Lima-Cuzco, lo hicimos en una mañana y
con una rapidez a la que no estamos acostumbrados en tierras Peruanas. En poco más
de 2 horas y con escala mínima y apresurada en la capital, llegamos a Cuzco, punto
de partida hacia Choquiquerao y donde habíamos de contactar con Cindy Peña,
natural de Cachora e hija de uno de los más conocidos guías de la zona, don
Celestino. Nos alojamos en un pequeño y sencillo Hostal de su propiedad junto a
su casa del Barrio de San Blas donde pasamos la noche y preparamos el viaje
hacia Cachora para el día siguiente. La primera etapa nos lleva en combi hacia Curawasi,
donde llegamos tras 3 horas por la carretera de Cuzco a Abancay. Desde allí, en
taxi hacia Cachora, donde arribamos al mediodía dispuestos a pasar la noche
alojados en Casa de Celestino y Ceferina Peña, que se encargarían de
gestionarnos caballos y mula para dirigirnos a Choquiquerao (3200 m). Todo
transcurre según lo previsto, pasamos la tarde recorriendo la humilde población
que se prepara para festejar su fundación. Cenamos en casa de los Peña y tras
amena charla con ellos y contarnos infinidad de anécdotas, a dormir a la espera
del amanecer, para iniciar la aventura.
Al despertarnos preparamos mochilas con lo
esencial para los días de caminata y el resto lo dejamos en casa de Los Peña.
Finalmente Celestino se convierte en nuestro Arriero-Guía, y mientras el
prepara a los animales con la comida de tres días para todos y el resto de
impedimentas, nos adelantamos hacia el Mirador de Capuliyoq, a 10 km de Cachora
y lugar desde donde se divisa en toda su crudeza “lo que nos espera”. El enorme
Cañón del Apurimac, a los pies del grandioso Nevado de Salkantay (6200 m). Nos
encontramos a las 09,00 horas 2800 m de altura, hemos de descender por camino
pedregoso y zigzagueante durante 11 km para situarnos a 1600 m en la ribera del
caudaloso rio Apurimac (Playa Rosalina). Allí, y tras pasar por el Caserío de
Chiquisca, llegamos a las 14 horas exhaustos, molidos e incluso magullados por
alguna caída, que mas tarde tendrá sus consecuencias. Allí esperamos a que nos
alcance don Celestino con las caballerías y las provisiones, lo cual ocurre
sobre las 15,00 horas. Mientras descansamos, miramos hacia arriba y vemos con
desesperación lo que aun nos queda. Tras atravesar el rio por su nuevo puente
en Playa Rosalina, podremos montar ya a caballo en algunos tramos de la subida,
pues hay zonas muy complicadas y peligrosas. Hemos de ascender hasta los 1900
m, donde se ubica el caserío de Santa Rosa Baja, en lo cual invertimos casi
tres horas salvando un desnivel de solo 300 m, pero por un camino atroz. La
llegada a Santa Rosa se celebra con entusiasmo pues supone el fin del camino
por el día de hoy. Allí nos recibe doña Eufemia en su pequeña casa-tienda, y
ubicamos nuestra carpa en un trocito de césped. Solo se dispone de una mesa
bajo un techado de paja, un baño primitivo y las atenciones de doña Eufemia con
sus guisos. Descansamos, cenamos y dormimos hasta la amanecida.
Al levantarnos, constato que debido a una caída,
mi rodilla no está para acometer un desnivel de 1100 m en 8 km (me quedaría en
el camino), por lo cual decido renunciar a la subida (no sin cierto alivio) y quedarme
descansando en compañía de doña Eufemia mientras mi compañero se encamina junto
con don Celestino hasta Choquiquerao y sus 3200 m de altitud. Pasó el día
leyendo, escribiendo, una ducha con cazos de agua helada y sobre todo
descansando perfectamente atendido por doña Eufemia y cuando faltaba poco
tiempo ya para la cena salta la sorpresa, mi compañero Pedro aparece. Había
subido hasta choquiquerao, atravesando los campamentos de Santa Rosa Alta y
Marampata y tras una hora allí decidió volver el solo a Santa Rosa Baja en vez
de quedarse a dormir en Marampata, que era lo previsto. Una autentica machada
para nuestras edades, pues llegó muerto de cansancio. Me echaba de menos. Me
cuenta que las ruinas son espectaculares, con multitud de terrazas para los
cultivos y que parece que no todo está descubierto pero que no merece la pena
el enorme esfuerzo que se ha de hacer para llegar a ellas. Contándome sus
apreciaciones cenamos y llega la hora de dormir, eso sí, con compañero de
carpa.
Como ya el lugar ya estaba visto y yo había
perdido las ganas de subir decidimos iniciar el regreso a Cachora un día antes
de lo previsto. Para ello salimos de Santa Rosa Baja a las 06,00 horas, bajamos
de nuevo al rio con mucho cuidado, pues yo tenía que bajar de lado para no
castigar más mi rodilla, que me dolía a cada paso que daba. Invertimos casi 3
horas en hacerlo. Nos alcanzó don Celestino, que salió de Marampata en la
mañana y nos acompañó con las caballerías hasta más de la mitad de la subida,
para acercarnos lo más posible. Interminable el camino de vuelta, se hizo
eterno y temimos nos alcanzara la noche sin culminar la subida. A favor nuestro
contó que estuvo siempre nublado y no fuimos castigados por el inclemente sol
que asola el cañón, durante el zigzagueo constante del camino. Llegamos al
mirador de Capuliyoq a las 18,00 horas, después de 12 horas andando con una
ligera parada para comer en Chiquisca. El cansancio que teníamos era desolador
y deberíamos tener un aspecto lamentable pues el hombre que gestiona la tienda
del mirador, don Mariano, atendió nuestra solicitud de que nos acercara en su
coche los 10 km que faltaban hasta Cachora, por lo cual le pagamos
religiosamente los 35 soles que nos indicó. La noche la pasamos en La Casona de
Salkantay, hostal regentado por un holandés, antiguo escalador andino, y su
atenta esposa, con ducha y cama reparadoras para el día siguiente regresar a
Cuzco.
Iniciamos pronto el regreso hasta Curawasi en
taxi proporcionado por el hostal a cambio de 70 soles y de allí en combi de
nuevo hasta Cuzco. Directamente nos acercamos hasta el terminal de Cruz del
Sur, y conseguimos boletos para esa misma noche abordar un bus con destino
Arequipa, vieja aspiración de visitar y que no habíamos tenido ocasión de
hacerlo, pero que al ir con dos días de adelanto al itinerario previsto, no lo
dudamos. A la vieja “Ciudad Blanca” llegamos en la mañana de un domingo sin
nadie apenas por las calles, conseguimos un hostal, como siempre cerca de la
Plaza de Armas, y salimos a recorrerla antes de que comenzara a poblarse del
gentío habitual en los días feriados. Estuvimos allí dos días, que nos dio para
visitar todo lo visitable, la Inmensa Catedral, Iglesia y Claustros de la
Compañía de Jesús, Teatro Fenix, El Convento y Museo de Santo Domingo,
Monasterio de Santa Catalina, enorme y tremendamente caro su acceso (70 soles),
el Museo sobre La Momia Juanita y sobre todo la recorrimos por todos los
rincones de su pasado colonial. No tuvimos ocasión (ni ganas) de acercarnos al Cañón
del Colca ni a sus afamadas playas, pues ya tocaba descanso.
Tras pasar allí los dos días estipulados, de
nuevo bus de Cruz del Sur, esta vez con destino final en Lima donde pasamos los
últimos tres días de nuestra estancia en Perú, alojados en el Hotel España (www.hotelespanaperu.com) junto a la Plaza de Armas y cerca del
restaurante Cordano, que volvió a ser nuestro refugio entre las idas y venidas
por la ciudad. También pasamos largos ratos en la Cafetería Manolo, en pleno
Miraflores donde dábamos cuenta de sus churros de origen Burgalés y los
acompañábamos de una dosis de Anís del Mono.
Y ya de vuelta a casa, quedan los buenos
recuerdos de los días pasados por allá. La zona selvática de las Regiones de
Loreto y San Martin es espectacular, y el inmenso Amazonas todo lo llena.
Recorrerlo en barco carguero se nos hizo una experiencia única y que animamos a
realizar, pues no alberga ningún tipo de peligro y se nos antoja deliciosa con
el fin del recorrido en Iquitos. Choquiquerao nos decepcionó de alguna manera,
pues lo inaccesible del lugar y el mágico encanto que se le presume quedan
anulados por las dificultades físicas que supone alcanzarlo. Pero la
experiencia de lo vivido acompañados de don Celestino y la atención recibida de
doña Eufemia compensan los malos momentos. Por lo demás poco queda que contar,
todo sigue como en nuestros primeros viajes, razonable seguridad, transportes
múltiples pero necesarios y que abarcan todo el territorio, paisajes de ensueño
y la magia de sus gentes, aunque no nos tengan un gran aprecio. El pero, lo
seguimos poniendo a los excesivos precios para los turistas, aunque no resulta
muy complicado sortearlos y hacerlo más económico. En fin, que volveremos sin
duda.
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