martes, 2 de enero de 2018

A la busqueda de Choquiquerao (Perú)



Choquiquerao. Un extraño y rebuscado lugar en el que los Incas construyeron una gran ciudad, “la Cuna del Sol”. Con un acceso complicado, alejada de las vistas y abrazando las nubes, se encuentran las huellas de una construcción semejante a Machu Pichu, y al lado contrario de la misma cadena montañosa. Decidimos conocerla y para ello nos armamos de valor y también de algo de insensatez, pues no es fácil ni cómodo llegar a ella.

Tras el placentero recorrido por el Amazonas para llegar a Iquitos, la segunda parte del viaje que teníamos programado, llegó sin pestañear. El trayecto Iquitos-Lima-Cuzco, lo hicimos en una mañana y con una rapidez a la que no estamos acostumbrados en tierras Peruanas. En poco más de 2 horas y con escala mínima y apresurada en la capital, llegamos a Cuzco, punto de partida hacia Choquiquerao y donde habíamos de contactar con Cindy Peña, natural de Cachora e hija de uno de los más conocidos guías de la zona, don Celestino. Nos alojamos en un pequeño y sencillo Hostal de su propiedad junto a su casa del Barrio de San Blas donde pasamos la noche y preparamos el viaje hacia Cachora para el día siguiente. La primera etapa nos lleva en combi hacia Curawasi, donde llegamos tras 3 horas por la carretera de Cuzco a Abancay. Desde allí, en taxi hacia Cachora, donde arribamos al mediodía dispuestos a pasar la noche alojados en Casa de Celestino y Ceferina Peña, que se encargarían de gestionarnos caballos y mula para dirigirnos a Choquiquerao (3200 m). Todo transcurre según lo previsto, pasamos la tarde recorriendo la humilde población que se prepara para festejar su fundación. Cenamos en casa de los Peña y tras amena charla con ellos y contarnos infinidad de anécdotas, a dormir a la espera del amanecer, para iniciar la aventura.

Al despertarnos preparamos mochilas con lo esencial para los días de caminata y el resto lo dejamos en casa de Los Peña. Finalmente Celestino se convierte en nuestro Arriero-Guía, y mientras el prepara a los animales con la comida de tres días para todos y el resto de impedimentas, nos adelantamos hacia el Mirador de Capuliyoq, a 10 km de Cachora y lugar desde donde se divisa en toda su crudeza “lo que nos espera”. El enorme Cañón del Apurimac, a los pies del grandioso Nevado de Salkantay (6200 m). Nos encontramos a las 09,00 horas 2800 m de altura, hemos de descender por camino pedregoso y zigzagueante durante 11 km para situarnos a 1600 m en la ribera del caudaloso rio Apurimac (Playa Rosalina). Allí, y tras pasar por el Caserío de Chiquisca, llegamos a las 14 horas exhaustos, molidos e incluso magullados por alguna caída, que mas tarde tendrá sus consecuencias. Allí esperamos a que nos alcance don Celestino con las caballerías y las provisiones, lo cual ocurre sobre las 15,00 horas. Mientras descansamos, miramos hacia arriba y vemos con desesperación lo que aun nos queda. Tras atravesar el rio por su nuevo puente en Playa Rosalina, podremos montar ya a caballo en algunos tramos de la subida, pues hay zonas muy complicadas y peligrosas. Hemos de ascender hasta los 1900 m, donde se ubica el caserío de Santa Rosa Baja, en lo cual invertimos casi tres horas salvando un desnivel de solo 300 m, pero por un camino atroz. La llegada a Santa Rosa se celebra con entusiasmo pues supone el fin del camino por el día de hoy. Allí nos recibe doña Eufemia en su pequeña casa-tienda, y ubicamos nuestra carpa en un trocito de césped. Solo se dispone de una mesa bajo un techado de paja, un baño primitivo y las atenciones de doña Eufemia con sus guisos. Descansamos, cenamos y dormimos hasta la amanecida.

Al levantarnos, constato que debido a una caída, mi rodilla no está para acometer un desnivel de 1100 m en 8 km (me quedaría en el camino), por lo cual decido renunciar a la subida (no sin cierto alivio) y quedarme descansando en compañía de doña Eufemia mientras mi compañero se encamina junto con don Celestino hasta Choquiquerao y sus 3200 m de altitud. Pasó el día leyendo, escribiendo, una ducha con cazos de agua helada y sobre todo descansando perfectamente atendido por doña Eufemia y cuando faltaba poco tiempo ya para la cena salta la sorpresa, mi compañero Pedro aparece. Había subido hasta choquiquerao, atravesando los campamentos de Santa Rosa Alta y Marampata y tras una hora allí decidió volver el solo a Santa Rosa Baja en vez de quedarse a dormir en Marampata, que era lo previsto. Una autentica machada para nuestras edades, pues llegó muerto de cansancio. Me echaba de menos. Me cuenta que las ruinas son espectaculares, con multitud de terrazas para los cultivos y que parece que no todo está descubierto pero que no merece la pena el enorme esfuerzo que se ha de hacer para llegar a ellas. Contándome sus apreciaciones cenamos y llega la hora de dormir, eso sí, con compañero de carpa.

Como ya el lugar ya estaba visto y yo había perdido las ganas de subir decidimos iniciar el regreso a Cachora un día antes de lo previsto. Para ello salimos de Santa Rosa Baja a las 06,00 horas, bajamos de nuevo al rio con mucho cuidado, pues yo tenía que bajar de lado para no castigar más mi rodilla, que me dolía a cada paso que daba. Invertimos casi 3 horas en hacerlo. Nos alcanzó don Celestino, que salió de Marampata en la mañana y nos acompañó con las caballerías hasta más de la mitad de la subida, para acercarnos lo más posible. Interminable el camino de vuelta, se hizo eterno y temimos nos alcanzara la noche sin culminar la subida. A favor nuestro contó que estuvo siempre nublado y no fuimos castigados por el inclemente sol que asola el cañón, durante el zigzagueo constante del camino. Llegamos al mirador de Capuliyoq a las 18,00 horas, después de 12 horas andando con una ligera parada para comer en Chiquisca. El cansancio que teníamos era desolador y deberíamos tener un aspecto lamentable pues el hombre que gestiona la tienda del mirador, don Mariano, atendió nuestra solicitud de que nos acercara en su coche los 10 km que faltaban hasta Cachora, por lo cual le pagamos religiosamente los 35 soles que nos indicó. La noche la pasamos en La Casona de Salkantay, hostal regentado por un holandés, antiguo escalador andino, y su atenta esposa, con ducha y cama reparadoras para el día siguiente regresar a Cuzco.

Iniciamos pronto el regreso hasta Curawasi en taxi proporcionado por el hostal a cambio de 70 soles y de allí en combi de nuevo hasta Cuzco. Directamente nos acercamos hasta el terminal de Cruz del Sur, y conseguimos boletos para esa misma noche abordar un bus con destino Arequipa, vieja aspiración de visitar y que no habíamos tenido ocasión de hacerlo, pero que al ir con dos días de adelanto al itinerario previsto, no lo dudamos. A la vieja “Ciudad Blanca” llegamos en la mañana de un domingo sin nadie apenas por las calles, conseguimos un hostal, como siempre cerca de la Plaza de Armas, y salimos a recorrerla antes de que comenzara a poblarse del gentío habitual en los días feriados. Estuvimos allí dos días, que nos dio para visitar todo lo visitable, la Inmensa Catedral, Iglesia y Claustros de la Compañía de Jesús, Teatro Fenix, El Convento y Museo de Santo Domingo, Monasterio de Santa Catalina, enorme y tremendamente caro su acceso (70 soles), el Museo sobre La Momia Juanita y sobre todo la recorrimos por todos los rincones de su pasado colonial. No tuvimos ocasión (ni ganas) de acercarnos al Cañón del Colca ni a sus afamadas playas, pues ya tocaba descanso.

Tras pasar allí los dos días estipulados, de nuevo bus de Cruz del Sur, esta vez con destino final en Lima donde pasamos los últimos tres días de nuestra estancia en Perú, alojados en el Hotel España (www.hotelespanaperu.com) junto a la Plaza de Armas y cerca del restaurante Cordano, que volvió a ser nuestro refugio entre las idas y venidas por la ciudad. También pasamos largos ratos en la Cafetería Manolo, en pleno Miraflores donde dábamos cuenta de sus churros de origen Burgalés y los acompañábamos de una dosis de Anís del Mono.

Y ya de vuelta a casa, quedan los buenos recuerdos de los días pasados por allá. La zona selvática de las Regiones de Loreto y San Martin es espectacular, y el inmenso Amazonas todo lo llena. Recorrerlo en barco carguero se nos hizo una experiencia única y que animamos a realizar, pues no alberga ningún tipo de peligro y se nos antoja deliciosa con el fin del recorrido en Iquitos. Choquiquerao nos decepcionó de alguna manera, pues lo inaccesible del lugar y el mágico encanto que se le presume quedan anulados por las dificultades físicas que supone alcanzarlo. Pero la experiencia de lo vivido acompañados de don Celestino y la atención recibida de doña Eufemia compensan los malos momentos. Por lo demás poco queda que contar, todo sigue como en nuestros primeros viajes, razonable seguridad, transportes múltiples pero necesarios y que abarcan todo el territorio, paisajes de ensueño y la magia de sus gentes, aunque no nos tengan un gran aprecio. El pero, lo seguimos poniendo a los excesivos precios para los turistas, aunque no resulta muy complicado sortearlos y hacerlo más económico. En fin, que volveremos sin duda.







Navegando el Amazonas hasta Iquitos



Pocos países del mundo tienen el privilegio de albergar dentro de sus fronteras, la diversidad de ecosistemas de los que disfruta Perú. Un extenso desierto de norte a sur y bañado por el Océano Pacifico, una cadena montañosa (Los Andes) donde se ubican algunas de las alturas más grandes del mundo y una densa zona selvática que inicia el camino al espectacular y enorme rio Amazonas. Todo ello se encuentra en Perú, un extenso país que nunca se cansa uno de explorar, pues en cada visita se descubren nuevos “tesoros”.
 
Con el recuerdo aun reciente de nuestro último periplo peruano, rápidamente nos pusimos manos a la obra para preparar una nueva visita. Esta vez tocaba acercarse por el norte hasta Iquitos, puerta de entrada a la selva amazónica, y nada mejor para hacerlo que navegando en barco de carga, como hacen multitud de peruanos.


A Iquitos solo se puede llegar en avión desde Lima o en barco desde Pucallpa o Yurimaguas. Nosotros elegimos esta ultima como ciudad de partida, así tuvimos de nuevo la oportunidad de acercarnos a Chachapoyas y visitar algunas zonas que no pudimos ver en la anterior ocasión. De esa forma, la parte previa del viaje fue la misma que ya hicimos en 2016. Tras las casi 12 horas de cómodo y ameno viaje, el avión de Iberia (www.iberia.com) aterriza en Lima casi a las 19,00 horas. Rápidamente tras superar los trámites aduaneros y el imprescindible cambio de moneda, nos encaminamos a un taxi para que nos acerque a la Terminal Norte de autobuses de Lima y esperar la partida, a las 22,00 h, del bus de la compañía Cruz de Sur (www.cruzdelsur.com.pe) con destino a la ciudad de Chiclayo. Una vez instalados en sus cómodas butacas del primer piso, iniciamos el camino a lo largo de la carretera Panamericana Norte que discurre paralela al pacifico, atravesando la desértica zona existente al oeste de la cordillera de los Andes. 10 horas que transcurren rápidamente debido al sueño acumulado tras el viaje y que nos depositan en Chiclayo a primera hora de la mañana. Allí, de nuevo acudimos al Museo de las Tumbas Reales del Señor de Sipan, recorriéndolo con mucho más detenimiento, pues hasta la noche no hemos de abordar el siguiente bus hacia Chachapoyas de la empresa Moviltours (www.moviltours.com.pe).


Ya en Chachapoyas e instalados en el Chachapoyas Backpakers Hostal (www.chachapoyasbackpackers.com), conseguimos ponernos en contacto con José, antiguo y acreditado guía de la región que al día siguiente nos acompañara en busca de nuevos sarcófagos a la zona de Lengache-Pucatambo, junto al pueblo de Lamud y a la zona arqueológica de San Antonio. Para nuestra sorpresa, acudió José acompañado de su esposa Auri, también originaria de la zona y gran conocedora de las plantas usadas como remedio natural. Entre Lamud y Luya existen gran cantidad de zonas habilitadas por los antiguos habitantes para enterramientos, muchos de ellos  inexplorados y de los que José tiene constancia por los muchos años vividos por allí, no en vano el se jacta de haber sido en descubridor de la gruta Quiocta, hoy en día muy visitada por los turistas y en la que también se encontró algún sarcófago. Además. José ha escrito ya 3 libros sobre la zona, uno de los cuales pudimos adquirir y que el amablemente dedicó. Entre las visitas y las visiones de la gran catarata de Gocta en la lejanía, pasamos dos días en la ciudad fundada por Alonso de Alvarado y sobre todo, empezamos a aclimatarnos para que al día siguiente nos encaminemos hacia Yurimaguas en busca del barco.


Desde el terminal terrestre de Chachapoyas parte la combi hacia Tarapoto a las 06,30 horas. Va completa y nos espera un largo viaje. Tuvimos que hacer el recorrido trasvasándonos de combi en combi en cada núcleo principal de población, debido a una huelga de agricultores que tenían cortados los accesos por carretera. Primero hasta Nueva Cajamarca, cambio de combi y después hasta Rioja, luego hasta Moyabamba y de ahí a Tarapoto, (en todos, cambio de vehículo) para llegar a Yurimaguas a las 19,00 horas. Todo un día atravesando sierras y llanuras, con calor y cansancio. A la llegada, se inicia la caza del viajero. Multitud de moto-taxis nos acosan ofreciendo los servicios hasta hoteles de la ciudad. El que cogemos nosotros nos deja junto al mercado central y la plaza de armas y quedamos para el día siguiente en que nos acerque al nuevo puerto de Yurimaguas con objeto de abordar el barco. Yurimaguas es una típica ciudad peruana (el centro es la plaza de armas, y a partir de ahí sus calles se trazan con tiralíneas), algo artificial y que creció a partir del puerto fluvial y del tráfico de mercancías que allí se realiza. El viejo puerto (por llamarle algo) de la Boca, es una orilla del rio convertida en barrizal y desde donde y mediante un tablón estrecho se accedía a los barcos, por lo que se construyó uno nuevo y más alejado de la ciudad. Una ducha, salida en busca de cena con un enorme aguacero (nos costó mucho encontrar un local con cerveza) y a dormir esperando el nuevo día.


Madrugamos bastante y al salir del hotel ya estaban las calles llenas de personas. Nos encontramos en plena zona del mercado central y los puestos ya lo inundan todo, por lo que aprovechamos para hacer alguna compra necesaria para la travesía, recorrer las calles del mercado, desayunar algo y esperar a las 9 de la mañana. La moto-taxi nos recoge puntual e iniciamos el camino hasta el nuevo puerto fluvial de Yurimaguas, en el mismo Rio Huallaga, pero ubicado al otro extremo de la ciudad, más moderno en sus acceso e instalaciones pero con la misma forma de atraque, junto a la orilla y con mucho barro, por lo que el estrecho tablón mágico sigue siendo la forma de acceso. En 30 minutos llegamos al puerto y divisamos tres embarcaciones. Una de ellas parte a las 12,30 horas con destino Iquitos y continua cargando mercancías. Es el Gilmer IV. Por 150 soles, que pagamos al capitán en el acceso al barco, nos acomodamos en un minúsculo camarote de los 6 de que dispone y así tenemos las cosas a buen recaudo mientras observamos las faenas de carga de mercancías a través de la pasarela improvisada y la llegada de otros nuevos pasajeros. Para nuestra sorpresa, suben también al barco una pareja de Escoceses de nuestra edad y dos chicas (francesa y holandesa) que venían en nuestra misma combi desde Chachapoyas y a las que habíamos “perdido” en los múltiples cambios de vehículo. Pasada ya con creces la hora prevista, el barco comienza a maniobrar e inicia la lenta y tranquila navegación por el rio Huallaga.


El Gilmer IV se desplaza despacio por el serpenteante rio, empezando a atisbar la frondosa vegetación a ambas orillas y que cada vez se van separando más una de otra, con cambio constantes de orientación debido al discurrir del rio. Dispone el barco de 3 cubiertas. La primera exclusivamente de carga donde almacena sacos de patatas, azúcar, huevos y todo tipo de mercancías y maquinaria, haciendo que el barco permanezca hundido hasta casi el borde de la plataforma. La segunda dedica la mitad a carga y el resto a cocina, una pequeña tienda y a pasaje, donde cuelgan sus hamacas los más de 50 pasajeros autóctonos que en el viajan. En la tercera y la más cara, nos ubicamos unos 20 pasajeros, todos ellos extranjeros, y algunos como nosotros, disponemos del diminuto camarote para movernos por el barco sin preocupaciones. A las 17,30 suena la sirena que anuncia el comienzo del reparto de la cena y todos nos afanamos en recogerla y sentarnos en las cubiertas mientras charlamos unos con otros. Así nos enteramos de que las dos chicas, Ana y Debie, llevan meses ya recorriendo Perú, primero cada una por su cuenta y desde hace dos semanas ya juntas. Una de ellas, la holandesa Debie, tiene previsto volver a la costa del pacifico y pasar unas semanas de descanso mientras decide si volver a Europa o seguir por Perú. La otra, la francesa Ana, intentará seguir desplazándose por Sudamérica y llegar hasta Chile a reunirse allí con una amiga. Ambas no tienen fecha de regreso y van decidiendo sobre la marcha. Pronto se hace noche cerrada y comienza la diáspora de cada cual hacia sus hamacas.


Amanece pronto, a las 04,30 la luz del día lo ilumina todo, por lo que perezosamente empezamos las labores de aseo en el destartalado baño ubicado a la popa del barco. Muy sucio y viejo pero que nos sirve para realizar las funciones básicas, incluida ducha con agua del rio y a temperatura ambiente. De repente otra vez la sirena para el desayuno por lo que nos ubicamos con los panecillos y el vaso de cacao en un banco de cubierta. La mañana la invertimos en visitar las “dependencias” del barco y charlar con unos y con otros, viendo los juegos de los niños en cubiertas y el trasiego de enseres que se realiza en cada parada, pues muchas son las poblaciones selváticas en las que se detiene el barco. En todas ellas sube gente vendiendo frutas y bebidas rompiendo así la monotonía de la navegación. Nosotros preferimos surtirnos de cerveza en la pequeña tienda junto a la cocina y observar la inmensidad del rio, mientras saltan ante nosotros los enormes delfines rosados de agua dulce que pueblan las guas de los ríos Marañón y Amazonas, mientras esperamos la hora de la comida, en que vuelve a repetirse la misma secuencia y la misma comida que en la cena.


De esta forma pasamos los 3 días de navegación hasta que en la última noche y ya de madrugada, el barco se detiene en Nauta, población mucho más grande y que nos avisa de la llegada ya próxima a Iquitos. El barco permanece con labores de carga y descarga durante casi dos horas, en el que el trasiego se acentúa. Nosotros miramos embobados y con sueño las labores portuarias en el barrizal en que se ha convertido la orilla. Milagrosamente, todo transcurre con normalidad y nadie cae al rio, mientras comienza a atisbarse la claridad del nuevo día. El barco vuelve a zarpar y la magnitud del rio Amazonas cada vez se hace más inmenso. Es espectacular su anchura y la frondosidad de la vegetación de sus orillas, y que nos acompañará sin tregua hasta el destino esperado en Iquitos, donde llegamos ya entrada la tarde. Las labores de atraque en el caótico puerto se hacen interminables, pues no hay un solo lugar disponible y se ha de esperar a que alguno de los buques deje su sitio al nuestro. Todo es una continua sucesión de barcos varados en las orillas embarradas y con gran trasiego de mercancías, pues decenas de barcos continúan hasta otros destinos dentro del amazonas (Leticia, Pucallpa y sobre todo, Manaos). Allí acaba el periplo del Gilmer IV. De nuevo al parar, aparece el mítico tablón para el desembarco, pero nosotros junto con la casi totalidad de extranjeros, permanecemos en cubierta observando y esperando a que se despeje la zona próxima al tablón, pues con las idas y venidas de las labores de descarga, es imposible atravesarlo con un mínimo de seguridad.


Cuando por fin pisamos tierra, de nuevo las moto-taxis nos rodean ofreciendo sus servicios para el traslado a la ciudad. La que cogimos mostros nos traslada hasta un pequeño hotel junto a la plaza de armas y en él nos quedamos, pues solo será para un día. Iquitos es una ciudad que gusta, muy poblada y algo decadente pero que conserva muestras de su gran pasado, a la sombra del negocio del caucho. Únicamente es accesible navegando el rio o por aire, no hay carreteras que la unan con el resto de Perú. Su centro urbano gira en torno a la Plaza de Armas, donde se ubica la Catedral y la Casa Fierro, diseñada por Eiffel. En las proximidades encontramos la casa Morey, hoy convertida en hotel, el antiguo Hotel Palace, el museo Amazónico y un agradable bulevar desde donde se aprecia la extensa vegetación que rodea al rio Amazonas.


Paseamos mucho por la ciudad apreciando el gran ajetreo nocturno de su Plaza de Armas e comentando como sería ella en los tiempos de bonanza económica. A una hora conveniente nos retiramos al hotel, pues a primera hora de la mañana debíamos coger un vuelo que tras una corta escala en Lima nos dejaría en Cuzco, para de nuevo comenzar otra pequeña aventura en los alrededores de la antigua Capital Inca. Pero eso, será ya otra historia.