CHACHAPOYAS
(PERÚ)
LA
CULTURA PRE-INCA EN LA CEJA DE SELVA PERUANA
Ubicada
al norte de Perú, dentro del Departamento de Amazonas, Chachapoyas y su zona de
influencia, son la puerta de entrada hacia la selva Amazónica del Perú y donde
empezamos a conocer todo lo que esta nos depara. Allí, se desarrolló una
cultura casi olvidada e integrada por varios grupos étnicos, ubicados a casi 3000
metros de altura y que perduró hasta el año 1470 en que fueron sometidos por
los Incas.
Un aparentemente rutinario programa de
Televisión nos pone sobre la pista de una remota Región Peruana ubicada en el
Departamento de Amazonas, en el que se desarrolló una cultura anterior a la
Inca y de la que hoy en día tenemos noticias de ella, gracias al descubrimiento
de las formas y lugares de enterramientos con las que honraban a sus ancestros fallecidos.
Dentro de sarcófagos o en mausoleos situados, literalmente, en oquedades
montañosas, barrancos y cortados de muy difícil acceso. Todo ello, unido al
deseo natural de visitar lugares poco conocidos, nos anima a organizar un viaje
de la forma más económica posible y comprobar in situ si las maravillas
expuestas en el mencionado programa son ciertas. Nos equivocamos en todo,
Chachapoyas ha superado las expectativas esperadas para la zona.
Tras las casi 12 horas de cómodo y ameno
viaje, el avión de Iberia (www.iberia.com) aterriza en
Lima (670 €, I/V) pasadas las 18,00 horas. Rápidamente tras superar los
tramites aduaneros y el imprescindible cambio de moneda, nos encaminamos al
mostrador de TaxiGreen (www.taxigreen.com.pe), desde donde partimos
(por S. 50) hacia la Terminal Norte de autobuses de Lima para esperar la
partida, a las 22,00 h, del bus de la compañía Cruz de Sur (www.cruzdelsur.com.pe) con destino a
la ciudad de Chiclayo (S. 110). Una vez instalados en sus cómodas butacas del
primer piso, iniciamos el camino a lo largo de la carretera Panamericana Norte
que discurre paralela al pacifico, atravesando la desértica zona existente al
oeste de la cordillera de los Andes. 10 horas que transcurren rápidamente
debido al sueño acumulado tras el viaje y que nos depositan en Chiclayo a
primera hora de la mañana. Inmediatamente y tras un frugal desayuno, iniciamos
un recorrido por la ciudad que nos lleva a su Plaza de Armas donde se ubica
(como en todas las ciudades coloniales) su catedral, dedicada a Santa Maria y
de estilo neoclásico, diseñada por Eiffel que se termino de construir en 1939
tras casi setenta años de lentos trabajos debido al coste que suponía. A un
costado de esta se sitúa el ayuntamiento de la ciudad, en un bello edificio
colonial del que merece la pena su vista por el interior, pues la belleza del
patio y escalera nos agrada sobremanera.
Tras pasar el resto de la mañana
deambulando por la ciudad, llegamos a la conclusión que salvo lo ya descrito
anteriormente, no es una ciudad atractiva. Ruidosa y bulliciosa como tantas
otras y que puede ser prescindible. Ante esto, comemos en un pequeño
restaurante por S. 14 y encaminamos nuestros pasos en un colectivo, que por S.
2, nos deja a las puertas del Museo de las Tumbas Reales del Señor de Sipan,
verdadera y única visita imprescindible de la ciudad. De diseño moderno,
muestra la Tumba del Señor de Sipan descubierta en las inmediaciones de Huaca
Rajada en 1987 por arqueólogos peruanos y que incluye entre multitud de tesoros
arqueológicos, cerámicas, joyas y diversidad de ornamentos. Por los S.10 que
cuesta la entrada, merece mucho la pena hacer un alto en el, pues nos ira
introduciendo en la cultura Moche, muy anterior a los Incas, y que será punto
de partida para las otras culturas prehispánicas que vamos buscando.
De nuevo en la noche hemos de subirnos a
otro bus, en este caso de la empresa Moviltours (www.moviltours.com.pe), que por S. 85 parte a
las 21,00 horas hasta la localidad de Pedro Ruiz, donde ha de comenzar, ahora
si, nuestra pequeña aventura. Allí nos deposita el bus a las 05,00 horas de la
mañana y aturdidos y con sueño tras tres días sin usar una cama, esperamos,
mientras tomamos un reparador café, a que aparezca una moto-taxi que nos
acerque al pequeño pueblo de Cuispes, donde hemos encaminado nuestros primeros
pasos para hacerlo punto de partida de las primeras incursiones por la zona. No
tarda demasiado en aparecer el ansiado transporte (S. 15) que tras unos cuarenta
minutos de ascensión por camino de tierra nos deja en la Plaza de Armas de
Cuispes. Lo visto hasta ahora nada tiene que ver con el lugar en que nos
encontramos, una aldea construida con adobes y techos de lámina metálica por la
que pululan perros y gallinas pero ninguna persona. Todo cerrado y esperando en
su plaza a una hora más acorde para proceder a acercarnos a la Posada de
Cuispes (www.laposadadecuispes.com), donde
deberíamos alojarnos en los próximos días y que habíamos reservado previamente
desde España, a razón de 40 US$ diarios la habitación (desayunos y cenas aparte,
S. 8 y S. 12, respectivamente). Ya cerca de las 08,00 horas de la mañana
llamamos a la puerta y un somnoliento Jarvick nos recibe aturdido, pues no nos
esperaba hasta bien entrado el día. Nos indica la habitación para que
procedamos a asearnos un poco, que falta nos hace ya, nos cambiemos de ropa y
nos cita un rato después para exponernos el plan que tiene previsto para nosotros
en los próximos días.
Y para empezar, tralla, nos aconseja
salir inmediatamente junto a el para iniciar nuestra primera visita, previo
pago de S. 10. Nos espera la catarata de Jumbilla. Para acceder a ella
iniciamos el camino por una amplia pista de tierra y que, montaña arriba, va
serpenteando durante 5 Km hasta situarnos al borde mismo de unas paredes de
piedra y vegetación totalmente verticales. A partir de aquí olvidamos la amable
pista y hemos de adentrarnos por un sendero, ya de selva, impregnado de
humedad, hojas y maleza durante otros 3 Km más. Se empieza a hacer eterno, pues
el cansancio de la cuesta arriba comienza a pasar factura, cuando divisamos una
primera catarata, la de Medio Cerro, de 150 m de caída. Seguimos adelante y
llegamos a la catarata de Cristal, esta ya de 300 m de caída y que hemos de
pasar entre la pared rocosa y el chorro de agua cayendo. Ya queda menos, otro
rato más avanzando y por fin divisamos la esperada catarata de Jumbilla, ésta
de 895 m de una caída (la tercera más grande del mundo) que la realiza en tres
tramos espectaculares. Ansiosos, expectantes y emocionados intentamos poner los
pies en remojo y así lograr el esperado alivio. Misión imposible, el agua está
gélida y produce tal sensación que nos obliga a replegar velas, con lo que
optamos por descansar en un rustico mirador mientras degustamos un par de
sabrosos plátanos que Jarvick nos procuró antes de salir. Tras un rato de
descanso iniciamos el regreso a Cuispes, realizando el mismo camino pero a la
inversa, haciéndose ahora visible en la lejanía la catarata de Chinata de 540 m
y 5 tramos, y que se nos había pasado inadvertida en la ida. Igualmente resulta
fantástica su observación y pasamos un rato deleitándonos con su visión. Tras
reanudar la caminata inaugural, llegamos nuevamente a la posada de cuispes
sobre las 17,00 horas. Habían transcurrido casi ocho horas desde nuestra salida
inicial en la mañana y se nos pasaron en un santiamén. Otra reparadora ducha,
descanso y a esperar la ansiada cena que nos prepararía Doña Rosita, sopa y
pollo con arroz, se nos hizo deliciosa. Un buen rato de charla con Jarvick
planeando el siguiente día y pasadas las 22,00 horas a dormir como troncos. Por
fin una cama tras un viaje de avión y dos noches de autobús.
A las 06,00 ya estábamos en pie, prestos
a dar buena cuenta del desayuno con fruta, pan, mantequilla y una mermelada de
naranja exquisita, pues a las 06,30 horas nos espera una moto-taxi para
trasladarnos a Pedro Ruiz (S. 10). Allí, nos acomodamos en una combi de 9 plazas
a la espera de que se complete para llevarnos hasta la población de Luya (S.
6), adonde llegamos pasada una hora y media de camino de tierra y piedras con
un paisaje soberbio. Allí, abordamos un colectivo que tras casi 30 minutos nos
deja en el pueblecito de CruzPata, donde se inicia el camino hasta los ansiados
sarcófagos de Carajía. Se ha de pagar una cuota de entrada de S. 10 como ayuda
a la conservación del camino y que cobra la comunidad indígena del pueblo. Un
estrecho camino ligeramente cuesta abajo nos acerca tras 40 minutos, al acceso
a la zona de los sarcófagos. Nos adentramos por la falda del cortado de piedra
y a lo lejos los divisamos. Seis sarcófagos pre-incas, descubiertos por
Federico Kauffman en un aceptable estado de conservación (a pesar de las inclemencias
meteorológicas y las profanaciones) y que podemos observar a menos de 40 metros
de distancia. Construidos en base a piedra mezclada con adobe, se encuentran
pintados de diversos colores y constan de cabeza y capsula funeraria, donde se
aloja el cuerpo del fallecido. Por fin habíamos logrado ver los primeros y
ansiados sarcófagos, motivo principal del viaje. No nos decepcionó ni un ápice,
más bien nos parecieron excelsos. Las consabidas fotos desde donde pudimos
hacerlas, algo de descanso y vuelta hacia CruzPata por el mismo camino, que
ahora empezaba a hacerse más penoso al ser cuesta arriba, pero que se hizo
ameno mientras conversábamos con Jarvick sobre lo visto allí. Al llegar, nuevo
colectivo hasta Luya (S. 15) donde buscamos una moto-taxi que por S. 45 nos
llevó durante 25 minutos cuesta arriba por un camino de tierra hasta el inicio
del denominado sendero hacia el Pueblo de los Muertos, previo pago de otros S.
10 en la Municipalidad de la localidad. Encontramos un sendero cuesta abajo,
muy empinado, estrecho y lleno de piedras dispuestas para un resbalón y
propiciar una caída por un precipicio enorme. Muerte segura. Un lugar, que por
su peligroso acceso, no merece la pena realizar. Al final, una serie de
mausoleos en un mal estado de conservación, construidos de piedra en forma de U
sobre una estrecha repisa geológica. Todo un trabajo complicado para procurar
entierros colectivos y donde también se ubicaron sarcófagos individuales, acompañados
de algunas pinturas en la roca, colgados al mismo borde del precipicio y en un
lugar casi inaccesibles. Lo mejor de todo, la vista en la lejanía de la mítica
catarata de Gocta, con casi 800 m de caída de agua y la cual habíamos declinado
visitar debido a las 5 horas de caminata para acercarse a ella desde la
localidad de San Pablo y por haber visto anteriormente la también espectacular
de Jumbilla. Al salir del camino por el precipicio, allí estaba nuestra
moto-taxi para devolvernos a Luya y de nuevo la combi hasta Pedro Ruiz y nueva
moto-taxi hasta Cuispes, donde llegamos sobre las 18,00 horas tras un día
agotador de transportes y caminatas. Lo mismo del día anterior, deliciosa cena (los
desayunos y cenas de Doña Rosita eran momentos muy esperados por nosotros) y a
dormir de nuevo con unas ganas enormes
Madrugamos de nuevo a las 06,00 horas,
pues media hora más tarde nos está esperando una moto-taxi que por S. 100, nos
acompañará durante todo el día en nuestro de desplazamiento hasta San Jerónimo,
desde donde iniciaremos un nuevo recorrido hasta el Cerro del Tigre, con la
intención de observar in situ los sarcófagos de los Chachapoyas que allí se
encuentran. Tras 1,30 horas de viaje en moto-taxi por camino de tierra en muy
mal estado y en constante subida llegamos a San Jerónimo, donde nos estaba
esperando el guía local y que tras el pago de los consabidos S. 10 y los S. 30
por su trabajo, nos acompañó hacia el cerro. Y allí nos encontramos nosotros,
el guía, Jarvick y el conductor de la moto-taxi con 5 km por delante de un
camino infernal, estrecho, con muchos escalones de piedra, sol y muy transitado
por los agricultores vecinos. Se hace eterna la subida, 2,5 horas de caminata nos dejan exhaustos y sin
aire, molidos de cansancio hasta que llegamos a la pared vertical con la que
nos encontramos. Allí, una pequeña cascada con remanso de agua, disponemos de
unos minutos para recuperar el aliento y ponernos a la fresca sombra de la
exuberante vegetación, antes de acometer el ultimo kilometro por senda selvática
de continua subida a través del imponente cortado que nos conducirá hasta la
misma ubicación de los sarcófagos. Llegados a un plano vertical divisamos unos
primeros restos de mausoleos y que nos indican el fin del ascenso. Siguiendo el
plano sendero que continúa aparecen restos óseos en pequeñas oquedades y un
destrozado sarcófago que parece ha caído desde su ubicación y del que solo se
aprecia la mascara, huesos sueltos y restos de ropajes. Mirando hacia la parte
superior del cortado, divisamos expectantes 14 sarcófagos perfectamente
conservados y alineados entre si (a menos de 5 m de nosotros). Gracias al
trabajo de los habitantes de la zona, se ha construido un rudimentario andamio
apoyado en un gran árbol y que permite disfrutarlos en toda su belleza y a muy
corta distancia. Por encima de estos, se sitúa otro grupo de otros 21 sarcófagos,
pero con una visión directa mucho más complicada, y que podemos observar con
mucha precaución. Objetivo cumplido. La sobra y el frescor del lugar nos
procuran un descanso relajante mientras damos buena cuenta de los habituales plátanos
para todos, excepto para el guía, que prefiere seguir con su costumbre de
mascar hoja de coca a la que esta más habituado, y le hace olvidarse del hambre
y del cansancio. Repuestos, iniciamos de nuevo el trayecto de vuelta al pueblo
en el que las rodillas se resienten enormemente, por lo que se hace a un ritmo
lento y nos ocupa casi el mismo tiempo que el invertido en la subida. No se
debe descartar la opción de hacer todo el recorrido a caballo, pues por tan
solo S. 25 es mucho más llevadero y permite tiempo para apreciar el bello
paisaje que acompaña al camino. Vuelta a la moto-taxi y otras 1,5 horas para el
regreso a Cuispes, adonde llegamos a las míticas 18,00 horas. Ducha, cena y
unos tragos de ron con Jarvick en animada charla (como todas las noches) y
cansados encaramos nuestra última noche en la Posada de Cuispes.
Nos levantamos algo más tarde, a las
07,00 horas y tras desayunar y liquidar con Jarvik el alojamiento, la
manutención y sus servicios (únicamente S. 30 por cada jornada), nos despedimos
de el y de Doña Rosita muy agradecidos por sus atenciones. Moto-taxi hacia
Pedro Ruiz (S.20) y allí a buscar una combi que nos acerque hasta la ciudad de Chachapoyas,
la encontramos con prontitud (S. 5) y tras esperar a que se complete partimos
en ruta durante 40 minutos de aceptable carretera, algo de trafico local y las
consabidas curvas. El recorrido transcurre siguiendo la ribera del caudaloso rio
Utcubamba, afluente del Marañón (que nutre de ingentes cantidades de agua al
gran Amazonas), antes de iniciar una serpenteante subida por montaña hasta
coronarla en la ciudad de Chachapoyas. Con mochilas a la espalda iniciamos la
búsqueda de su Plaza de armas, en cuyas inmediaciones tenemos intención de
alojarnos. Habíamos localizado previamente el Chachapoyas Backpakers Hostal (www.chachapoyasbackpackers.com) y
afortunadamente había habitación disponible, por lo que allí nos quedamos, cosa
que agradecimos pues el trato de sus propietarios, José y Dona, fue excelente
también, orientándonos, aconsejándonos y organizando las visitas de los
próximos dos días. Había alguna mejor opción de alojamiento en la ciudad, pero
por precio (S. 60 al día por habitación) nos pareció muy conveniente.
Completamos la jornada paseando y conociendo la ciudad que fue fundada en 1544
por Alonso de Alvarado, con el nombre de “San Juan de la Frontera de los
Chachapoyas”, tras dos intentos previos en otros lugares climatológicamente
menos aconsejables (La Jalca y Levanto). Su plaza de Armas está conformada,
como todas, por la Catedral, la Municipalidad y preciosas casonas coloniales
con bellas balconadas, y partiendo de ella callejuelas trazadas con tiralíneas
con una gran vitalidad de comercios y trasiego de personas. Ya apetecía algo
disfrutar de una ciudad “grande” con restaurantes, comercios y bares, por lo
que agradecimos los días pasados en ella.
A la mañana siguiente y tras desayunar
gratamente en una panadería cercana, abordamos una combi en el Hostal
(excursión procurada por José) que por un precio asequible de S. 50, nos había
de llevar hasta la Fortaleza de Kuelap. El camino, también de tierra y piedras
pero en aceptable estado, se demora durante casi 3 horas y desde él se divisa
un pequeño poblado pre-inca llamado Macro, con algunos restos de sus
construcciones originales. Llegados a la entrada de la fortaleza y tras el pago
de los consabidos S. 10, iniciamos, con el resto del grupo (4 personas y el
guía) el acceso a Kuelap, y que encontramos en un aceptable estado de
conservación. Construida sobre al año 1100 dc, a 3000 m de altitud parece
inexpugnable pues esta rodeada de farallones y precipicios y estuvo habitada
por los Chachapoyas hasta ser dominada por los Incas y la posterior conquista
de los españoles, que procedieron a mover a sus moradores a una nueva ciudad en
la parte baja de los valles. Conformada por grandes plataformas superpuestas,
sobre estas se levantaron 450 hectáreas de diversas construcciones circulares
en base a piedras de roca caliza, rodeadas de muros de 30 m de altura,
atravesados por tres pequeñas rampas de acceso al interior y que se van
estrechando paulatinamente. En su interior se adivinan varias zonas
diferenciadas para la población normal y para la aristocracia. Se ha procedido
a la reconstrucción de una de las viviendas, para así hacernos una ligera idea
de su forma de vida. Esta joya de la arquitectura pre-inca y pre-hispánica fue
declarado Patrimonio Cultura de Perú en 1998 y por sus características se le da
el nombre de la Machu Pichu del Norte. Tras un par de horas de visionado del
interior de la fortaleza, iniciamos regreso hacia Chachapoyas, comiendo un
ansiado menú en un restaurante de un pequeño pueblo del camino, y que nuestro
cuerpo agradeció. Mención aparte merece señalar la construcción en curso que se
esta realizando para acceder a Kuelap con un teleférico, esto acortaría
sensiblemente el tiempo de acceso a la fortaleza pero que inevitablemente afea
y mucho las montañas y el paisaje que se encuentra uno al subir por el camino,
además de la futura cercenación de los viajes en combi, con el consiguiente envío
al paro de los cientos de personas que a la atención al visitante se dedican. Ya
anocheciendo llegábamos al hostal para tras una ducha salir a pasear por la
ciudad y acabar la noche con unos licores autóctonos en un pequeño bar, antes
de proceder al reparador descanso.
Nuestro último día nos depararía otra visita
por la zona, la haríamos a los mausoleos de Revash. La combi nos recoge puntual
a la puerta del hostal e iniciamos el camino de tierra durante 2 horas hasta la
localidad de San Bartolo. Una vez llegados a la localidad y tras el pago de los
S. 10 de siempre, iniciamos un suave camino empedrado durante unos 30 minutos
hasta llegar a los mausoleos, que se revelan preciosos y muy coloridos,
pudiéndose ver prácticamente encima de ellos. Construcciones funerarias a las
faldas de las rocas (como es costumbre en la cultura Chacha) y decoradas con
pinturas de animales en color rojo, habiéndose encontrado en su interior
ofrendas diversas a los muertos. Un precioso colofón a los días pasados
visionando la cultura de los Chachapoyas. Regresamos a la combi y emprendemos
camino cerca de Chachapoyas, en esta ocasión para visitar el Museo de
Leymebamba, inaugurado en el año 2000, con más de 200 momias traídas de los
mausoleos encontrados en la cercana Laguna de los Cóndores, salvándolas así de
la desaparición a manos de vándalos y visitantes sin escrúpulos. La
construcción del museo se hizo gracias a los aportes provenientes de Austria y
su visita se hace indispensable para comprender y conocer a fondo toda la
cultura pre-inca de la zona. A nuestro regreso al hostal, rápidamente cogemos
de nuevo las mochilas y nos encaminamos hacia la terminal de buses, pues a las
21,00 horas hemos de subirnos a un bus de la empresa Virgen del Carmen (www.turismovirgendelcarmen.com) y que tras 12 horas de
un viaje lento y abrupto por montaña en butacas normales (aquí no hay cómodos
butacones) y que debido a la oscuridad no podemos percibir en toda su belleza,
nos depositara en la ya bulliciosa ciudad de Cajamarca (S. 85), con lo que
prácticamente hemos finalizado nuestro peregrinar por la inmensa y bella zona de
selva, donde los Chachapoyas existieron y forjaron su cultura.
Ya hacia tiempo que había amanecido
cuando llegamos a Cajamarca y que se nos muestra preciosa en su casco
histórico, con innegables reminiscencias coloniales. Ocupamos la mañana en
visitar su Plaza de Armas y las calles aledañas, empezando por su Catedral que
dispone de tres puertas para el ingreso y las columnas que adornan su fachada
están bellamente esculpidas, y donde abundan muchas representaciones de uvas.
El altar mayor se encuentra finamente recubierto de pan de oro. Encaminamos
nuestros pasos al denominado Conjunto Monumental de Belén, que data del siglo
XVIII y cuyo epicentro es la Iglesia de Belén. A un lado de la Iglesia se
encuentra el antiguo hospital de hombres, convertido hoy en día en Museo y un
poco más separado, el antiguo hospital de mujeres, que a días actuales sirve
como centro expositor. Dejamos para el final visitar el cuarto del recate, a 50
m de la Plaza de Armas, lugar que simboliza el choque cultural entre Incas y
Españoles, y donde permaneció prisionero el Inca Atahualpa a manos de Pizarro
mientras se llenaba el cuarto del oro exigido para su rescate, antes de
proceder a su ejecución. Después de comer por S. 20 un menú Cajamarquino nos
acercamos en combi hacia los llamados Baños del Inca, fuentes termales usados
el para regocijo de los ciudadanos locales, donde disfrutamos de un relajante y
caliente baño que agradecimos sobremanera. A las 19,00 horas partió el bus de
la empresa Línea (www.transporteslinea.com.pe), en el cual
iniciamos un comodísimo viaje hasta Lima, donde llegamos a la mañana siguiente
para tener unos días de pausa antes de acometer la segunda fase de nuestro
viaje, donde habríamos de visitar en el sur la grandiosa Cusco y las ricas zonas
arqueológicas que en sus alrededores se encuentran. Pero esto ya forma parte de
otra historia.
Descubrimos en el viaje una zona de gran
belleza natural con unos tesoros arqueológicos que, si bien íbamos buscando,
nunca pudimos esperar fueran tan excelsos. Quedó mucho por visitar, Ayachaqui,
Lengate, el Valle de Huaylla Belén, Colcamar, La Bóveda, Sholon, y sobre todo y
especialmente la Laguna de los Cóndores, a la que se accede desde Leymebamba
tras una caminata, si o si, de dos días. Sin acceso en otro medio de
transporte. También tuvimos que obviar la visita a la comarca de Rodríguez de
Mendoza, donde se asentaron muchos descendientes de españoles tras la conquista
y que son llamados Huayachos por los nativos, debido a su aspecto “extraño”,
pues suelen ser rubios y de ojos azules, no como ellos. Igualmente nos hubiera
apetecido visitar Tarapoto, pero el tiempo apremiaba.
No resultó un viaje excesivamente caro,
aunque a los pocos turistas que por la zona aparecen suelen “sangrarlos”, aun
así, muy asequible. Alojarse en Cuispes es muy recomendable, te permite estar
en contacto continuo con todo lo que brinda la zona rural, aunque el precio de
su Posada resulta bastante alto para lo que oferta el lugar (ni Tv, ni Wi-fi,
ni nada para distraerse), pero no hay otro. Eso sí, la atención de Jarvick, su
disposición y sus consejos, no tienen precio y el costo de sus servicios como
guía (S. 30 al día), es excelente. El Hostal Backpakers de Chachapoyas, es
ideal. Un gran precio y una encomiable disposición de sus dueños para la ayuda.
El pueblo es casi el epicentro de la comarca, con servicios de todo tipo y desde
donde se puede visitar toda la zona sin problemas. En todos los hostales es
posible “negociar” el precio y no aceptar el primero que nos pidan. Intentan
aprovecharse demasiado del visitante.
La red de carreteras es algo deficiente y
salvo en las vías principales, al resto de las zonas se accede por caminos de
tierra, lo que alarga considerablemente el desplazamiento. Los viajes en bus
son seguros, muy cómodos y baratos, aunque largos y casi todos en la noche
(tiene la ventaja del ahorro en noches de hotel). El uso constante de combis,
colectivos y moto-taxi no debe inquietarnos, es la forma habitual y barata de
desplazamiento de los habitantes de la zona y su uso esta muy extendido.
No sufrimos contratiempo de ningún tipo y
el trato de la gente se puede calificar de excelente. Hambre física no pasamos
en ningún momento, aunque tuvimos ataques de gula que sorteamos con ayuda de
las gigantescas cervezas que en el país sirven, un gran momento después de las
largas caminatas, aunque casi siempre estaban algo calientes para nuestro gusto.